Idiotizado
por el amor frustrado, voy por este pueblo marginal de la gran Lima, y unos
muchachotes confundidos, menos, tan, o más idiotizados que yo, portando una
pancarta de Meza la folklórica pistolera, me rodean, me llaman hermano,
¡hermano mayor!, apresuro el paso y corro para librarme de ellos, y tropiezo
con un estrado, sobre él dos chicas pulcramente vestidas y rodeadas de
vagabundos, juegan ríen y conversan placenteramente delante de un telón, me
invitan a subir y subo persuadido por la hermosura de las mujeres, un vagabundo
exclama “¡La función va a empezar!”, tira la pita del telón y, sorpresa,
aparece el sótano de la sacristía de mi pueblo, mientras en el tabladillo las
chicas y los vagabundos emergen interpretando una danza de Michael Jackson,
después del telón las santas esculturas y las momias de los sacerdotes cobran
vida y se unen a la danza, y en el fondo oscuro flotan fosforescentes los
frescos antiquísimos de la Iglesia, ¡profanación!, digo, exclamando, sin
poderme contener, e inmediatamente llega a mí
una de la bellas mujeres y me dice que su amiga me conoce y me ama,
“nadie ama a este hombre”, responde un vagabundo, “yo sí”, responde la chica
aludida. Y me olvido del espectáculo y de lo que dije. De piel blanca, piernas
largas y cabello suelto, la mujer me inspira ternura. Nos miramos y luego nos
retiramos a conversar a una maloliente banquilla, la abrazo y la beso pero no
con el beso apasionado que quiero darle, algo me impide, ahí dentro mis dientes
delanteros postizos se mueven, tengo miedo que caigan en la boca de ella, ¡qué
miedo!, ella parece descubrir lo que oculto, y yo no tengo más remedio que
confesarle tímidamente mi debilidad. “No es problema”, me dice ella, “mira los
míos son todos postizos”, y se quita las dos mandíbulas, ¡que miedo!, ¡la canción!, está peor que yo; sin embargo
ahora la beso apasionadamente, ella está feliz, se le nota en todas sus
expresiones, ha encontrado, quizá, al
hombre de su vida, y yo, creo que no, a la mujer. Me lleva a su casa y me
presenta a los suyos, el más notorio es su hermano mayor, médico de profesión.
Ahora vamos los tres caminando por el arenal, la mujer, el médico y yo; yo
estoy incómodo, deseo fumar, cortésmente le ofrezco al médico un cigarrillo, me
acepta, pero el saca uno de los suyos, un habano, algo gigante, me dispongo a
encender el suyo, una lengua de fuego más larga de la que espero me sale del
encendedor, inexplicablemente le daña el traje blanco, ¡qué vergüenza!, pero él
no se inmuta, sonríe, bromea, y me lleva a conocer un amigo importante,
caminando nos vamos, esquivando a los perros de los vecinos sembrados en la
calle, los perros nos atacan, el médico se aleja jalando a su hermana, ¡qué
miedo!, me defiendo, un perro enano es el más agresivo, lo tomo por las
mandíbulas, las abro suspendiendo al animal y con él me defiendo de los demás.
El médico, ni el rastro, desapareció, pero la hermana ahí aparece,
inexplicablemente, junto a mí. ¡Nos despedimos!. Sigo avanzando y tropiezo con
una morena alta, nos miramos con ternura y conversamos de muchas cosas de la
vida, encumbrada ella en su profesión, me dice que labora en una financiera
local, me lleva con ella hasta su lujoso departamento y me invita a pernoctar
en el sofá, acepto, convenimos en visitar mañana a sus padres, me presentará
como su prometido. Pienso toda la noche
en ella, ¡mejor que la otra!, concluyo, ahora decido por ella. Amanece, espero
que salga de su dormitorio, sale elegantemente vestida, pero, ¿qué pasa?,
¿durante la noche le ha crecido una barbilla?, reacciono ante la sorpresa, ¡qué
miedo!, ¿se afeitará?, quiero escapar de ella, pero algo me dice muy dentro de
mí que no es justo hacerlo, tengo que cumplir, debo cumplir con mi palabra
empeñada, mi promesa de amor, mi solvencia moral, lo único que no podrán
quitarme. Dejamos el departamento atrás, vamos caminando, una cuadra ya,
ingresamos a una deteriorada casa, una señora gorda está sentada al costado de
una vieja estufa, la morena se dirige a ella y me presenta como su esposo, y
dirigiéndose a mí me hace saber que la gorda es su madre , la gorda, lejos de
alegrarse por la noticia, me mira con cierto desprecio de pies a cabeza, y
agrega, “¿con este viejo?, no lo creo,
con este ya nadie se casa”,
repentinamente la morena se pega a mí, se cuelga de mi nuca y me besa, ¡aggggh!
el beso sabe a cerveza rancia y trasciende a sexo macerado, me vienen arcadas,
se me sale el estómago por la boca, es
demasiado, ¡car...!, debo escapar, salgo huyendo aturdidamente de la casa con
el estómago afuera, la gorda me echa encima una manada de perros, me lleno de
un indescriptible miedo, pero, no obstante este miedo, busco afanosamente una
fuente de agua para lavar mi estómago, inexplicablemente una bellísima mujer de
trato fino me toma de la mano y me introduce en su casa, alista el baño y me
hace ingresar en él mientras ella espera en la sala, me siento seguro, me lavo
completamente y trasciendo deliciosamente aromatizado, y repentinamente me
perturba una voz varonil, en la sala, que dispara una ráfaga de insultos contra
la bella mujer, inmediatamente salgo dispuesto a defenderla, él tipo la tiene
sometida a golpes, me cargo de energía, ahí voy ¡perro asqueroso!, cojo el
candelabro de bronce para estrellarlo en la nuca, alguien me lo impide, me toma
por la mano que sujeta el candelabro, ¡es mi padre!, sale volando por la
ventana y yo tras él, nos elevamos más y más, ¡qué sensación!, es placentero
volar sin alas, digo, pero, estoy completamente desnudo, ¡olvidé mi ropa en el
baño!, ¡y unas monedas!, ¡y mis documentos!, miro con pena hacia abajo y
desciendo en caída libre, ¡me desespero!, ahí abajo, en el centro de lima,
colmenas de vehículos, calles barbechadas, de orina y basura coronadas, azoteas
abarrotadas, me esperan, me esfuerzo por caer un poco más allá y lo logro, ahí
está el Campo de Marte, ¡sorpresa!, están en desfile militar, ahí el presidente
monumentalmente de pie, y la Mechita la muy de hierro, y Jorgecito el muy leal,
¡y mi familia en primera fila, mirando el cortejo!... ¡laca...!. Jorgecito
exclama: ¡Misil, misil cubano!, mi familia se agacha talvez por lo desnudo que
estoy o talvez porque creen lo de Jorgecito, pero qué..., se escucha un
estruendo ensordecedor, me han descargado todas sus baterías, el ejército ha
logrado liberar su frustración de años, gracias a la miopía de Jorgecito,
¡laca...!, me estoy muriendo, la sangre se me escapa a chorros y me invade un
frío glacial, siento miedo el indescriptible miedo que infunde la muerte, debo
esforzarme por vivir, no, no, no debo morir, pienso, si muero el ejército al
fin habrá ganado una guerra. ¡Cara...!,
parece que me jodieron porque
festejan “¡Viva el Perú, viva la
Patria!”, me cortaron la posibilidad de yo joder para festejar. Me desespero,
no me veo ni me toco. Impotente y aturdidamente grito... y, por fin, me afirmo
asustado en mi cama, y un gallo canta, y mi vecino Sumarán se desata rajando su
leña. Tomo la linterna de mano y, las frazadas en el piso, cuatro de la
madrugada. Confundido, desesperado busco mi pantalón, aquí está, ¿la
secretera?, felizmente, ¡caramba!, aquí está : uno, dos tres, cuatro, cinco
soles. Un día más de vida, pienso, y suspiro aliviado.
Lima, año 2009
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