lunes, 13 de enero de 2020

Homisuicidio


Y entonces recién se supo que aquel hombre, que no terminaba de morir, era el padre de aquellos cuatro niños que vivían ahí, tres mujercitas y un hombrecito.

Desde mi ventana podía verlos a diario, la mujer salía muy temprano y llegaba muy de noche, ella era la madre de esas desdichadas criaturas. Cuando llegué a ocupar aquella habitación del segundo piso de una casa de alquiler aledaña, ella y las criaturas ya vivían ahí. Era un barrio que crecía vertiginosamente hacia el sureste de Chimbote, sus pobladores invasores de terrenos eriazos que poco a poco fueron formalizando propiedades, casi todo Chimbote ha crecido así, desde sus inicios, y por esta parte los ranchos de esteras ya llegaban a la bifurcación de la carretera panamericana que va para el balneario de Vesique.

Por aquellos días se sabía de un secuestro a cambio de dinero, dos jóvenes enamorados habían secuestrado a la prima hermana de uno de ellos, del hombre, una chiquilla de doce años de edad, y pidieron por ella una buena suma de dinero. El rescate no llegó y la niña perdió la vida en manos de sus secuestradores que la enterraron en el arenal contiguo a la vivienda que ocupaban. Tantos crímenes sucedían a medida que la ranchería se extendía, robos homicidios, suicidios, incesto, prostitución, alcoholismo, y todos los males propios de una sociedad de consumo. Pero jamás imaginé que muy pronto sucedería otro crimen por ahí, justo en la casa aledaña a mi ventana, ahí donde vivía aquella mujer y sus criaturas.

Desde mi ventana podía ver al hombre, que recién había llegado a vivir ahí, jugando con las criaturas, me parecía un gran hombre. Será el abuelo, será el tío, quién será. Jugaba, pues, pero poco a poco las niñas se fueron distanciando del hombre y cambiaron de receptivas a hostiles hacia él, en muy poco tiempo, algo de dos semanas y un poco más.  Podía darme cuenta que se burlaban de él, de la comida que preparaba, de la forma como se comportaba para agradarlas y de tanto más. Quizá aquel hombre no tenía dinero por eso aguantaba así, las niñas le ofrecían alguna golosina y cuando él estiraba la mano para recibirla ellas la retiraban “¿Quieres?, ¡compra, pue!”. Peleaba con la hija mayor por ver los programas de televisión, eso se escuchaba claramente, los vecinos escuchaban, y ella terminaba saliéndose con la suya.

El pequeño hijo era muy tierno, apenas daba paso, y se quedaba con la vecina del costado desde muy temprano, desde que su mamá se iba hasta la noche que regresaba. Durante el día el niño lloraba y el hombre desesperado salía y se dirigía a la casa de la vecina que le cuidaba, tocaba insistentemente la puerta, y con el niño ya calmado hombre y vecina conversaban por largo rato. Por fin él salía con el niño en brazos hasta el parque del conjunto habitacional donde interminablemente jugaban, e intermitentemente regresaban a su casa donde se les podía escuchar jugando con una pelota hasta que la vecina salía para recoger al pequeño, antes que llegara su madre. Era muy lindo contemplar aquel cuadro de amor del hombre al pequeño y del pequeño hacia él, un cuadro del que sólo yo puedo dar fe.

La mujer seguía llegando tarde, más tarde cada día, y el viernes llegaba algo temprano, arreglaba maletines y desaparecía con sus hijos hasta el domingo por la noche.

La primera y segunda semana el hombre esperó ahí, de viernes por la noche a domingo, sentado en una silla, en el pequeño patio posterior, cigarro tras cigarro. Ocasionalmente llamaba a un amigo que casi siempre resultaba llegando, un tipo flaco parsimonioso con apariencia de intelectual, y hablaban, reían y salían a dar una vuelta, y regresaban para pernoctar. Pero ya para la tercera semana, el viernes por la noche, el hombre salió después que su mujer y sus hijas se fueron con el niño en brazos. Salió y regresó el lunes por la mañana contorneándose de borracho, cantando canciones mexicanas, abrazado con otro hombre al que trataba de primo, de hermano, cantaban y lloraban hasta que el primo se marchaba. Y así, lo mismo, en adelante, los siguientes pocos fines de semana que él estuvo aquí.

Un fin de semana, que la mujer se quedó en casa, el hombre salió con el niño en brazos hasta el parque, y mientras hombre y niño jugaban la mujer llegó echando chispas en cada pisada, le arrebató al niño y al hombre lo echó de su casa, “dame mi llave y lárgate de mi casa, ¡baboso!”, y el hombre no se fue, aguantó aquel maltrato nacido de la nada. Qué tonto es ese, murmuraban los vecinos.

Me aterra contar esto, me hierve la sangre, me siento involucrado en el incidente, me siento parte de él, quizá pude evitarlo, llamar a la policía, intervenir yo mismo, no sé, estoy confundido. Pues había llegado para reiniciar mi vida con mi esposa y mis hijos, llegué muy ilusionado haciendo planes en el camino, y me ubiqué debajo de la ventana desde donde yo miraba.

Mi mujer había alquilado esa casa para vivir con mis hijos, tenía un buen empleo en el gobierno regional. También tenía un lote de terreno en esa jurisdicción, terreno que había comparado con el dinero que retenía judicialmente de mis haberes mientras yo trabajaba en un colegio de la serranía. Ahora, ya sin empleo, haría cualquier cosa para vivir junto a mis hijos y junto a la mujer que amé, formando un hogar soñado. Cultivaría el lote del terreno aquel con verduras que vendería a los vecinos del lugar, haría cualquier cosa, ya lo dije, mi pequeño hijo era la inspiración.

Habíamos formado un hogar, allá en la serranía, e iniciamos un proyecto mío que no prosperó por falta de cautela y perseverancia, y también porque ella no se sentía a gusto ahí, pero ahí tuvimos algo bueno, un hogar con nuestras hijas. Ella marchó para el litoral en busca de empleo, tuvo el apoyo de sus padres, perseveró, luchó, eso sí, sin duda alguna, y lo consiguió, consiguió lo que buscaba, siempre quiso ser empleada, mientras yo, por mi parte conseguí empleo en un colegio de la sierra, ya lo dije. Nunca pretendió tener un hogar, eso yo ya lo sabía, su hermana me lo contó, sólo buscaba un hijo y conseguir un empleo para seguir escalando hasta el final. Luego de mi efímero empleo, del cual el hermano de mi mujer me echó por ser, desgraciadamente para mí, administrativo en el sector, batallé buscando otras oportunidades mejores, pero nada. Todo quedó en búsqueda, y en alcohol, alcohol que adormecía mis frustraciones, mis impotencias, pues, ya ni en la casa de los padres de mi mujer fui recibido, me quedaba en la calle, con la rabia reventando en mis pupilas, mientras nuestras hijas asimilaban las burlas de los hermanos de mi mujer, cuánto tuvo ella que ver en todo eso, no lo sé, y nunca lo sabré, ella me tiene a mucha distancia de saberlo. De la formación académica que tengo no es necesario hablar, sólo sé que buena la tuve y la tengo todavía. Y en ese trajín, buscando oportunidades de empleo, procreamos al último de nuestros hijos, y decidí vivir en familia.

Pero, apenas llegué hubo frialdad en el hogar, mi mujer llegó muy tarde del trabajo ese día que yo creía importante por mi llegada, pude verla irritada, incómoda, con un aliento que trascendía licor. Quizá es la incomodidad por mi llegada, pensé, muy pronto todo eso cambiaría, pero nada cambió, todo empeoró. Más y más tarde ella llegaba, más y más ausencia me entregaba, más y más indiferencia me disparaba. Muy pronto me enteré que andaba de relaciones sociales con los amigos de su centro de trabajo.

Comencé a  irritarme por aquellas llegadas tan tarde, y mis hijas empezaron a descargar su impotencia contra mí. Recortaron unos cartelillos con sus nombres y apellido materno, ignorando el mío, que pegaron en las puertas de sus cuartos, era una forma más de hacerme saber que estaba demás ahí.

Mas, a toda arremetida en contra mía me sobreponía para quedarme en formación de hogar, el niño me inspiraba.

Poco a poco me fui arrimando a la cama de mi mujer, y mientras conversábamos ella me confundía con otro hombre, y mientras dormía deliraba con su jefe, cuántas veces lo hizo, perdí la cuenta, sólo sé que mientras lo hacía iba creciendo un odio de venganza en mí. Entonces me aparté y empecé a seguirla y a llamarla, no contestaba el teléfono, y a veces contestaba un hombre “no está”, yo insistía y ella apagaba su celular. La seguí por su trabajo cuando apagaba su celular, no estaba, y llegaba tarde chispeando de licor, decidí matarla.

Decidí matarla, y fue anoche que sucedió, mientras el niño se desesperaba gritando ¡mamáaa!, en la casa de la vecina que le cuidaba. Ella llegó y yo la ahorqué ¡con toda mi rabia empozada!, mi hija mayor intervino en su defensa y arremetí contra ella, y sin querer, también la maté, ¡luego me disparé!, y aquí estoy, muriendo de dolor. Y no me pregunten estupideces, como esa “¿no pensaste en tus hijos?”, porque cuando uno lleva el alma mortalmente herida no piensa en nada.

¡Feminicidio!, grita la gente mientras escupe sobre mí.

Y entonces recién se supo que aquel hombre, que no terminaba de morir, era el padre de aquellos cuatro niños que vivían ahí, tres mujercitas y un hombrecito.



lunes, 3 de septiembre de 2018

Mis padres no son como los tuyos


Mis padres no son como los tuyos, son mejores que los tuyos, y por eso estoy aquí frente a ti. Ja jajá, parece una confesión ¿no?, pero no es, porqué tendría que confesarme frente a ti todavía, hubiera ido a buscar al cura, pero no.

¡Ah!, y cómo son los tuyos, no me lo dirías, o ¿sí?, no, ¿no?, bien entonces. Como ya dije, mis padres son mejores que los tuyos, ¡a mucho orgullo!, son los mejores. Mi madre es alta funcionaria en el gobierno regional y mi padre tiene un negocio, ¡es empresario!, y por eso nunca nos falta nada.

Nunca nos falta nada, eso dicen ellos a cada rato, siempre se esmeran por hacernos recordar que trabajan para nosotros, para que no nos falte nada, se rompen los lomos de sol  a sol como los labriegos del valle, y pensar que ellos han estudiado. Y todo por nosotros, somos seis hermanos, y de los seis yo soy la mayor, o la mayora como dice la madre de mi padre, la abuela a la que todos respetamos  obligatoriamente porque si no, si no la respetamos nos cae la venganza, mejor dicho la ley del ganso “ven gansa”. La vez pasada no la saludé con cariño porque no me nace hacerlo y mi querido papá se dio cuenta y me castigó, ¡una semana sin televisión!, se tomó el trabajo de llevarse todos los días su televisor a su puesto de trabajo y lo regresaba por las noches. Así que por castigarme a mí castigó a mis hermanas, a mis hermanos también, y todos se arremolinaron contra mí, por tu culpa estamos sin televisor, por no saludar a la abuelita, tú no la quieres como nosotros la queremos, eres mala, oye tú no vuelvas hacerlo porque te acusamos con mi papá con eso de que tienes enamorado.

Una semana estuvimos sin televisor, una semana con mis hermanas, con mis hermanos encarándome el incidente. Felizmente mi mamita se portó muy bien con nosotros, nos dio propina adicional y del cole salíamos directamente a la abuelita, a la mamá de mi mamá, y ahí nos pasábamos toda la tarde viendo tele.
Siempre me pregunto  qué sería de nosotros sin mi madre, mi madre nos comprende siempre que mi padre se porta tercamente con nosotros, sin mi mamita, ¡nada!, no pudiéramos vivir. Mi madre está donde está por buena, dice que fue muy buena alumna cuando estudiaba, fue muy buena  en eso y es muy buena en su trabajo, muy responsable, estricta sobre todo, se hace respetar. La gente de abajo la tiene miedo, ¡uy!, no quisiera tener un jefe como mi madre, si a nosotras que somos sus hijas y a mis hermanos nos… Cuando incumplimos órdenes nos castiga muy duro. No, con látigo no, con palo tampoco, tampoco con su zapato, bueno, sí, a veces, pero lo que más nos duele es que nos eche afuera de la casa hasta la madrugada. Ya en la madrugada nos abre. Pero no nos castiga a todos, qué bueno sería eso, estaríamos conversando y no sentiríamos mucho el castigo, ¡de uno en uno!, los castigos individuales son muy dolorosos, ahí afuera me pasé una vez sentada y pegada a la puerta, llorando, rezando para que me abriera… Mi madre es cruel, tan cruel como mi padre, o quizá más que mi padre.
¡Pero de qué vale que te cuente!, oye. Mi padre se va de viaje todos los meses, “viaje de negocios” dice, y mi madre también, “viaje de trabajo”, me mandan, dice ella. Y cuando se van nos quedamos solos, antes nos quedábamos en las casas de los abuelos, después en casa de los tíos, los vecinos, y así pues, como te cuento. Una vez descubrimos a mi madre que no había ido de viaje de trabajo, se fue de parranda, cuando le pedimos explicaciones, así es la vida nos dijo ella. Y de la vida se aprende pues, la universidad de la vida, ja jajá.
Hace poco que mi padre me confesó que tenía un hijo de contrabando, mejor dicho fuera de matrimonio, y mi madre, mi madre que había tenido una aventura con otro hombre en uno de esos viajes que ella hace, lo importante es cuidarse y no traer problemas a la casa, me dijo.

Y así, como podrás darte cuenta, mis padres son mejores que los tuyos, o ¿no?.

viernes, 19 de enero de 2018

La venganza de Sixta

Cada mañana, muy temprano, Sixta llegaba hasta el tendedero y colgaba una prenda de vestir, así tan rápido, tan pronto la terminaba de lavar.
En aquel populoso barrio de la gran Lima, la precaria casa se ubicaba en la parte más saliente de la inclinada hondonada. Indiscretamente el tendedero estaba en la azotea de la vivienda, de tal manera que toda la vecindad centraba su atención en lo que sucedía en aquella azotea.

El marido de Sixta era un albañil, un marido bien macho, de esos machos que de su mujer piden a gritos la comida y ropa que se les antoja, y además con un ¡carajo! como arenga, que si lograba un grito seguido de varios carajos, más macho se sentía, como que se llamaba Tenorio. Pero éste era un Tenorio de aldea serrana que llegó hasta un barrio marginal de la gran ciudad y ahí tomó conocimiento que para tener vivienda propia había que agruparse con muchos marginales e invadir terrenos eriazos al este, norte o sur. Y se asoció y buscaron al norte. Plantó su estera y luego buscó mujer sin serenatas, sin ramos de flores, sin versos ni nada, sólo la tumbó a la prepo y luego se hizo albañil por casualidad. Y así, con los excedentes de los materiales que obtenía por trabajar en otras construcciones, fue construyendo su propia vivienda con su mujer como ayudante. Y cuando terminó de construirla hizo el amor con ella en todos los rincones y en todos los ambientes, hasta en la azotea, al mismo filo de ella para que pudiesen verlos todos los del barrio que aún vivían dentro de esteras, y repetía la práctica en la azotea cada vez que se le antojaba. Claro que, Sixta se oponía a esta práctica pero él amenazaba, que si no me haces donde yo quiero traigo a la otra, hay tantas que me buscan que ya quisieran tener esta casa. Y a la desdichada Sixta no le quedaba más que acceder a los requerimientos del marido.

Tenorio era joven, ingresaba para los treinta, trabajaba para otros empresarios que brindaban servicios de construcción a los diferentes municipios de la metrópoli, uno de esos empresarios quiso estimularlo y lo matriculó en un curso para constructores. En ese curso el principal expositor era un completo admirador de Miguel Ángel Cornejo, lo admiraba ¡hasta el fanatismo!, que sus exposiciones consistían en colocar el vídeo del susodicho una y otra vez, mientras la semana del curso, hasta que Tenorio entendió que el único requisito para hacerse empresario era el hambre, y a la sazón se dijo “vaya, sin darme cuenta yo hace tiempo soy empresario”. Y para sentirse como sus ocasionales jefes fue a buscar al alcalde de su distrito y le ofreció sus servicios, el burgomaestre le encomendó la construcción de un escalón de concreto por un monto sobrevaluado a su propio favor. Qué fácil le resultó, el mismo alcalde le constituyó la empresa constructora, Tenorio dejó de ser un simple obrero y empezó a trabajar por su cuenta. Se compró una camioneta 4X4, eso sí, cómo no, ¡entonces el tiempo le faltaba y el dinero le sobraba!. El tiempo le faltaba porque incursionó como conquistador de muchachas desocupadas y necesitadas, y como el tiempo le faltaba para dedicarse a su propia casa y a su propia mujer, Sixta, aburrida por los malos tratos de su jactancioso marido había planeado vengarse y por eso colgaba cada día muy temprano una prenda íntima en el tendedero. Hasta que un día uno de sus vecinos, apostado en las cuatro esteras de su vivienda, tímidamente le dijo a Sixta:

–Ve, ve Vecina, que qué buenos gustos tiene usted.

Y Sixta muy suelta le contestó:

–¡Espéreme un momento!.

Descolgó la prenda y la arrojó al vecino, el vecino la cogió y la besó, y ella le dijo “ahí en el orillo está el número de mi celular”. Y desde aquel día el vecino y la vecina hacían el amor por celular. Pero Sixta seguía con su práctica de tender una prenda, y así otros vecinos la requerían telefónicamente hasta que se extendió la fama de la mujer por todo el barrio, y más aún. ¿Y quién así de pobre como el afortunado vecino no quisiera requerir a una mujer con fama de pituca de barrio?, la única con vivienda de ladrillos, y además, con marido empresario.

Sixta se dio cuenta que debería cobrar por las llamadas y fue a la empresa de teléfonos para firmar un contrato, y después de ensayar múltiples voces se preparó para contestar las diferentes llamadas. Pasó de tímida mujer a osada fémina capaz de excitar al más frío de los hombres, a tal punto que le llegó a gustar su nueva y casual ocupación, ¡y muy bien!, porque además recibía dinero por lo que le gustaba hacer. El hambre de venganza la llevó a convertirse en empresaria sin siquiera haber visto el vídeo de Miguel Ángel. Sin capacitaciones ni camioneta ni nada, vivía aquellas conversaciones que mantenía con diferentes hombres dando rienda suelta a sus fantasías sexuales.

Buen tiempo ya que no era necesario que Sixta colgara prenda alguna, un día recibió la llamada de su propio marido que por su propio lado había ensayado una particular voz de clase A. Y empezó a practicar el amor por celular con él, de manera tal que el marido, sin saber que se trataba de su mujer, llegó a imaginarla como quería, y entre imaginación e imaginación él le proponía practicar el amor en vivo y en directo, y entre imaginación e imaginación ella aceptaba. Nunca llegaron a encontrarse en persona porque cada vez que se citaban él o ella se sentían vigilados. ¡Pucha, ahí está el baboso ese!. ¡Pucha, la conchasumadre esa! y, nada. Y fingiendo no darse por enterados se apartaban. Y esto sucedió hasta que ambos, ya muy enamorados como consecuencia de las repetidas entregas sexuales telefónicas, poco a poco se fueron soltando de sus apariencias hasta hacer uso de sus propias voces: ¡Oye, baboso!, ¡vesta conchasumadre!.

Y descubrieron que ambos habían sido infieles, pero qué, el hombre estaba feliz porque la infidelidad de su mujer le había llevado a conseguir mucho dinero sin siquiera haberse entregado a otro hombre, ¡eso era lo importante!, eso creía, y eso merecía festejarlo haciendo el amor, ya no en la azotea, ahora en un lugar del norte del país exclusivo para gente adinerada, como políticos y más, en el balneario de Punta Sal,  para cuidar imagen empresarial.


Publicadoel 20 de mayo de 2014 en la revista www.pulso-digital.com.
http://www.pulso-digital.com/

¡Qué miedo!

Idiotizado por el amor frustrado, voy por este pueblo marginal de la gran Lima, y unos muchachotes confundidos, menos, tan, o más idiotizados que yo, portando una pancarta de Meza la folklórica pistolera, me rodean, me llaman hermano, ¡hermano mayor!, apresuro el paso y corro para librarme de ellos, y tropiezo con un estrado, sobre él dos chicas pulcramente vestidas y rodeadas de vagabundos, juegan ríen y conversan placenteramente delante de un telón, me invitan a subir y subo persuadido por la hermosura de las mujeres, un vagabundo exclama “¡La función va a empezar!”, tira la pita del telón y, sorpresa, aparece el sótano de la sacristía de mi pueblo, mientras en el tabladillo las chicas y los vagabundos emergen interpretando una danza de Michael Jackson, después del telón las santas esculturas y las momias de los sacerdotes cobran vida y se unen a la danza, y en el fondo oscuro flotan fosforescentes los frescos antiquísimos de la Iglesia, ¡profanación!, digo, exclamando, sin poderme contener, e inmediatamente llega a mí  una de la bellas mujeres y me dice que su amiga me conoce y me ama, “nadie ama a este hombre”, responde un vagabundo, “yo sí”, responde la chica aludida. Y me olvido del espectáculo y de lo que dije. De piel blanca, piernas largas y cabello suelto, la mujer me inspira ternura. Nos miramos y luego nos retiramos a conversar a una maloliente banquilla, la abrazo y la beso pero no con el beso apasionado que quiero darle, algo me impide, ahí dentro mis dientes delanteros postizos se mueven, tengo miedo que caigan en la boca de ella, ¡qué miedo!, ella parece descubrir lo que oculto, y yo no tengo más remedio que confesarle tímidamente mi debilidad. “No es problema”, me dice ella, “mira los míos son todos postizos”, y se quita las dos mandíbulas, ¡que miedo!,  ¡la canción!, está peor que yo; sin embargo ahora la beso apasionadamente, ella está feliz, se le nota en todas sus expresiones, ha encontrado, quizá,  al hombre de su vida, y yo, creo que no, a la mujer. Me lleva a su casa y me presenta a los suyos, el más notorio es su hermano mayor, médico de profesión. Ahora vamos los tres caminando por el arenal, la mujer, el médico y yo; yo estoy incómodo, deseo fumar, cortésmente le ofrezco al médico un cigarrillo, me acepta, pero el saca uno de los suyos, un habano, algo gigante, me dispongo a encender el suyo, una lengua de fuego más larga de la que espero me sale del encendedor, inexplicablemente le daña el traje blanco, ¡qué vergüenza!, pero él no se inmuta, sonríe, bromea, y me lleva a conocer un amigo importante, caminando nos vamos, esquivando a los perros de los vecinos sembrados en la calle, los perros nos atacan, el médico se aleja jalando a su hermana, ¡qué miedo!, me defiendo, un perro enano es el más agresivo, lo tomo por las mandíbulas, las abro suspendiendo al animal y con él me defiendo de los demás. El médico, ni el rastro, desapareció, pero la hermana ahí aparece, inexplicablemente, junto a mí. ¡Nos despedimos!. Sigo avanzando y tropiezo con una morena alta, nos miramos con ternura y conversamos de muchas cosas de la vida, encumbrada ella en su profesión, me dice que labora en una financiera local, me lleva con ella hasta su lujoso departamento y me invita a pernoctar en el sofá, acepto, convenimos en visitar mañana a sus padres, me presentará como su prometido.  Pienso toda la noche en ella, ¡mejor que la otra!, concluyo, ahora decido por ella. Amanece, espero que salga de su dormitorio, sale elegantemente vestida, pero, ¿qué pasa?, ¿durante la noche le ha crecido una barbilla?, reacciono ante la sorpresa, ¡qué miedo!, ¿se afeitará?, quiero escapar de ella, pero algo me dice muy dentro de mí que no es justo hacerlo, tengo que cumplir, debo cumplir con mi palabra empeñada, mi promesa de amor, mi solvencia moral, lo único que no podrán quitarme. Dejamos el departamento atrás, vamos caminando, una cuadra ya, ingresamos a una deteriorada casa, una señora gorda está sentada al costado de una vieja estufa, la morena se dirige a ella y me presenta como su esposo, y dirigiéndose a mí me hace saber que la gorda es su madre , la gorda, lejos de alegrarse por la noticia, me mira con cierto desprecio de pies a cabeza, y agrega,  “¿con este viejo?, no lo creo, con este  ya nadie se casa”, repentinamente la morena se pega a mí, se cuelga de mi nuca y me besa, ¡aggggh! el beso sabe a cerveza rancia y trasciende a sexo macerado, me vienen arcadas, se me sale el estómago por la boca,  es demasiado, ¡car...!, debo escapar, salgo huyendo aturdidamente de la casa con el estómago afuera, la gorda me echa encima una manada de perros, me lleno de un indescriptible miedo, pero, no obstante este miedo, busco afanosamente una fuente de agua para lavar mi estómago, inexplicablemente una bellísima mujer de trato fino me toma de la mano y me introduce en su casa, alista el baño y me hace ingresar en él mientras ella espera en la sala, me siento seguro, me lavo completamente y trasciendo deliciosamente aromatizado, y repentinamente me perturba una voz varonil, en la sala, que dispara una ráfaga de insultos contra la bella mujer, inmediatamente salgo dispuesto a defenderla, él tipo la tiene sometida a golpes, me cargo de energía, ahí voy ¡perro asqueroso!, cojo el candelabro de bronce para estrellarlo en la nuca, alguien me lo impide, me toma por la mano que sujeta el candelabro, ¡es mi padre!, sale volando por la ventana y yo tras él, nos elevamos más y más, ¡qué sensación!, es placentero volar sin alas, digo, pero, estoy completamente desnudo, ¡olvidé mi ropa en el baño!, ¡y unas monedas!, ¡y mis documentos!, miro con pena hacia abajo y desciendo en caída libre, ¡me desespero!, ahí abajo, en el centro de lima, colmenas de vehículos, calles barbechadas, de orina y basura coronadas, azoteas abarrotadas, me esperan, me esfuerzo por caer un poco más allá y lo logro, ahí está el Campo de Marte, ¡sorpresa!, están en desfile militar, ahí el presidente monumentalmente de pie, y la Mechita la muy de hierro, y Jorgecito el muy leal, ¡y mi familia en primera fila, mirando el cortejo!... ¡laca...!. Jorgecito exclama: ¡Misil, misil cubano!, mi familia se agacha talvez por lo desnudo que estoy o talvez porque creen lo de Jorgecito, pero qué..., se escucha un estruendo ensordecedor, me han descargado todas sus baterías, el ejército ha logrado liberar su frustración de años, gracias a la miopía de Jorgecito, ¡laca...!, me estoy muriendo, la sangre se me escapa a chorros y me invade un frío glacial, siento miedo el indescriptible miedo que infunde la muerte, debo esforzarme por vivir, no, no, no debo morir, pienso, si muero el ejército al fin habrá ganado una guerra. ¡Cara...!,  parece que me jodieron porque  festejan  “¡Viva el Perú, viva la Patria!”, me cortaron la posibilidad de yo joder para festejar. Me desespero, no me veo ni me toco. Impotente y aturdidamente grito... y, por fin, me afirmo asustado en mi cama, y un gallo canta, y mi vecino Sumarán se desata rajando su leña. Tomo la linterna de mano y, las frazadas en el piso, cuatro de la madrugada. Confundido, desesperado busco mi pantalón, aquí está, ¿la secretera?, felizmente, ¡caramba!, aquí está : uno, dos tres, cuatro, cinco soles. Un día más de vida, pienso, y suspiro aliviado.

La imagen puede contener: cielo, montaña, exterior y naturaleza

Lima, año 2009

viernes, 25 de agosto de 2017

La treta del brujo

Imagen relacionadaAquella mirada ya no era de pena, de una nostalgia demoledora y sin fin, ahora miraba de otra manera, había alegría en ella porque ahora lo tenía frente a él. Sus ojos se enternecieron como diciéndole “acércate no temas, no temas, ven hacia mi lecho”, mientras Modesto, el jovencito de dieciocho años ya, lo contemplaba con cariño y tristeza a la vez desde la puerta del cuarto aquel.
Un mes hacía que subieron a empujones a ese hombre de treinta y tres años, lo subieron hasta el asiento trasero de un taxi rumbo al hospital más popular de Trujillo. Tres años que vivía paralítico, de la noche a la mañana su aspecto arrogante de casi terrateniente se tornó deprimido y con aspecto de muerte, después de tres años de haberse casado con la muchachita aquella de la diezmada comarca serrana arriba de Chimbote.

Fernando Ramírez se llamaba y era el tercero de seis hermanos vivos, y a ella, su reciente esposa, la llamaban Celidonia. Celidonia venía de un hogar muy pobre, sus padres no habían terminado siquiera la educación primaria, y ella, ni cuenta se dio que llegó al último grado primario. Los hermanos de Fernando y demás familiares, con excepción de Modesto, el leal y huérfano sobrino hijo de la difunta hermana, en primera instancia no aprobaron aquella relación, pero después de deliberar creyeron que aquella campesina sería una gran compañera para Fernando en las operaciones de labranza en un pequeño fundo de los hermanos Ramírez, aledaño a la rústica vivienda de Celidonia. En cambio la familia de Celidonia se mostraba entusiasmada con aquella unión, ya que significaba tener por lo menos asegurada la comida, y además, contarían con una casa no mal parecida en el mismo y pequeño pueblo, cercano a la comarca, para hospedarse por lo menos en épocas de fiesta, una posibilidad remota hasta entonces para ellos.

Así que, mientras la familia de Celidonia ambicionaba las propiedades que ostentaba Fernando, los hermanos de Fernando veían a futuro reverdecer las chacras de propiedad familiar con el concurso de la campesina y los familiares de ella, que bien se darían con empeño trabajando las parcelas de cultivo que conducía Fernando. Los hermanos de Fernando, con atavismos de terratenientes, vivían en Chimbote y utilizaban la casa del pueblo y el pequeño fundo nada más que para ostentar durante las fiestas patronales. Modesto, el sobrino huérfano, hacía de mandadero, y entonces con Fernando ya casado su condición de marginado se agravó, tenía que hacerse pedazos para complacer a la nueva familia de su tío y, además, salir victorioso en las pruebas del colegio. Así que Fernando, para complacer a su nueva familia, tuvo que prescindir del sobrino y este fue a dar a la casa de unos tíos lejanos hasta terminar la educación secundaria.

La familia de celidonia no veía con buenos ojos la gallardía de Fernando, “nos mira para abajo”, y empezaron a maquinar acciones de venganza, la suegra llevaba la batuta, cómo pues podrían tener un miembro de familia así, se sentían disminuidos con aquella gallardía, aunque Fernando jamás los marginó, ellos así lo sentían.
Resultado de imagen para hombre gallardo galán rancheroY en aquel mundo donde la desgracia de unos es la felicidad de otros, justamente en la fiesta patronal del pueblo y tres años después que Fernando y Celidonia se casaron, en una esquina de la Plaza de armas se ubicó un curandero con polvos, brebajes y sebos de todos los reptiles, con cuerpos presentes disecados y mal olientes por tanto petróleo recibido como lustre. Que el sebo del lagarto es bueno para tanto, que el sebo de la maldita boa, de la shushupe, del corralillo, ¡oye!, ¡mira ve!, si te duele la espalda y las rodillas solo tienes que coger un poco de este sebo de culebra. ¡Mira ve!, lo coges así, ¡mira ve!, en los dedos, ¡mira ve!, y lo calientas en las llamas de una vela o en una callana con brazas y te frotas así, ¡mira ve!, hasta que el sebo desaparezca, ¡mira ve!, ¡y adiós a los dolores!. Y si no tienes suerte en los negocios, no tienes suerte en el amor, te sientes triste, así, ¡mira ve!, es porque brujería te han hecho, tierra de muerto has pisao. ¡Mira ve!, hay gente mala que te tiene envidia, y para verte como estás van hasta el cementerio, ¡mira ve!, a la media noche, ¡mira ve!, y cavan y cavan hasta encontrar el muerto, le quitan los huesos de las canillas y los muelen hasta que quedan polvo, ¡y eso es la tierra de muerto!. La cogen así, ¡mira ve!, en tu nombre pronuncian unas palabras cabalísticas “¡orates frates ya te fregates!”, la llenan en una bolsa, ¡mira ve!, y después la riegan en el corredor y quicio de tu puerta, así, ¡mira ve!, para que la pises, ¡y una vez que pizas la tierra de muerto!, todo mal te llega. Yo puedo curarte, ¡mira ve!, sólo tienes que visitarme en el hotel para leerte la mano, para leerte las cartas, para hacerte una limpieza, para entregarte un amuleto que te proteja de los malos espíritus, ¡mira ve!, porque así como hay  buenos espíritus también hay malos, ¡son el mismo diablo!, ¡mira ve!. Y si quieres que tu mujer o tu marido te declare con quién te traiciona, ¡mira ve!, sólo tienes que coger su zapato izquierdo, ¡mira ve!, así ¡mira ve!, y lo colocas en el pecho izquierdo, mientras duerme, y lo preguntas, ¡mira ve!. Pero eso sí, para que surta efecto yo te voy a dar un polvo para que tome antes que se duerma, ¡mira ve!, es el polvo de la sabiduría; disuelves el polvo en el té o en la sopa y le das, ya tú tienes que ingeniarte cómo lo haces, yo no te voy a decir todo, ¡pue!, usa tu cabeza. Y si tu marido te hace sufrir, es porque todavía no has logrado amansarlo, ¡tienes que amansarlo!, pero no como se amansan a los animales, ¡así no!, tiene que ser con inteligencia, ¡yo tengo la solución!.

Era uno de esos curanderos que recorren las fiestas patronales, con tarjetas y propaganda impresa promocionándose, que son espiritistas, parasicólogos y más, y hasta difunden propaganda por las radios locales. Era uno de esos que leía la suerte en las barajas, en la mano izquierda y hasta en la mirada, uno de esos curanderos que sabía de todo y que resultó en el oficio obligado por la necesidad con el espaldarazo de la casualidad; llevaba con él a un hombre robusto de mediana estatura que luego de untarse con un sebo se acostaba sobre vidrios molidos, y además, se atravesaba los labios y la cara con agujas de diferentes tamaños, y hasta caminaba sobre carbones de leña al rojo vivo. La madre de celidonia se le acercó y le dijo:
–Quiero amansar a mi yerno.
Aquí está la plata, se dijo el curandero, y citó a la recurrente para una consulta en privado en el hotelillo del pueblo.
–Tienes que traer a tu yerno –impuso el brujo.
–¿Usted créiste?, ese no va a venir, mi yerno es uno de esos togaos del pueblo, togao y palangana, ¡yásque va venir! –contestó la mujer.
–Entón, tienes que traerme una foto de él, tengo que hacer un muñeco de cera a su imagen y semejanza.

Al siguiente día, por la tarde, ni corta ni perezosa la madre de Celidonia llegó hasta el brujo jalando dos carneros y un pavo bajo el brazo, y también, una foto de Fernando dentro de sus senos. Y un día después, por la noche, de acuerdo a lo previamente pactado, se encaminaron hasta la chacra de Fernando. El brujo se armó, para el mal aire, mascando coca mientras fumaba un cigarrillo nacional, y al final de la chacchada se echó un buen trago de aguardiente para iniciar su labor dilapidadora. Extrajo de su costalillo una pequeña escultura de cera negra del tamaño de una mano con la foto de Fernando adherida, y atravesó el conjunto con unas espinas e cabracasha. Luego extrajo del mismo costalillo una botella que contenía una solución aromática penetrante, mezcla de todos los perfumes que olía al mismo demonio, se chupó parte del contenido de la botella y desde su boca chisgueteó la solución sobre la estatuilla y, acto seguido, la enterró en la cabecera de la chacra mientras murmuraba entre narices una oración que helaba la sangre de la mujer.
–Ya está –dijo el brujo–, esta es la primera parte del trabajo, puede o no puede surtir efecto, pero si quieres asegurarlo, tienes que aumentar la limosna.
–¿Qué limosna?.
–Dinero, quinientos soles, ya no te puedo aceptar animales, los buenos espíritus se molestan.

La mujer pensó en su yerno como alternativa de solución, y le pidió al brujo le diera un día de plazo para conseguir el dinero requerido. Fue hasta el yerno fingiendo estar enferma, era el día central de la fiesta patronal, el yerno departía con sus hermanos y demás familiares algunas botellas de vino, mientras Celidonia cocinaba un suculento almuerzo a base de cuyes y gallinas. La mujer llegó acongojada, con el bonete de paja caído a un costado y el pullo de lana de carnero arrastrando por el suelo, disimuló muy bien una supuesta enfermedad entre sollozos y quejidos, y convenció al grupo de fiesteros que terminaron haciendo una bolsa con yapa en beneficio de la salud de la afligida suegra de Fernando, gracias babosos, ya les quiero ver.


Y la buena madre y mala suegra fue donde el brujo, entregó lo pactado y recibió a cambio una bolsa con tierra de muerto para ser esparcida en el dormitorio de Fernando, cuidadosamente, a fin de que él, y nadie más que él, la pisara. En seguida, el brujo entregó a la mujer una botella que contenía una infusión de chamico, una copita, nada más, dentro del café que dices que tanto le gusta a tu yerno. La madre de celidonia tendría que convencer a su hija a fin de que se cumpla al pie de la letra con las indicaciones del brujo, Celidonia echó el grito al cielo, ella no veía la necesidad de hacerlo, su esposo se portaba muy bien con ella, pero la madre dijo:

–¡Qué sonsa eres china de mierda!, lo hago por tu bien, ya hubieras visto a tu marido coqueteando con la Teresa de la tienda de la Plaza, pronto te dejará por ella, ¡ya lo verás!. La otra noche tu marido fue a darle serenata, a cantar como sondo “orines de mi chivato porque los voy a votar, si eso tiene que ser perfume de mi mujer…”, ¡lo hubieras visto!.

Los celos pudieron más y celidonia accedió. Y llegó la desgracia, de la noche a la mañana, decían en el pueblo, el Fernando resultó idiota, seguro que la china mocosa esa quiere estar dale y dale en la cama, el pobre tiene que acceder, ¡qué le queda!, peor pesarían los cuernos. Por eso fue que, apenas se casó con la china esa, dejó de jugar “casino” con los policías y hasta abandonó su vida nocturna en el billar de don Beto, eso y más, oiga usted, dejó de concursar a sus caballos en las fiestas patronales de los pueblos vecinos. Adiós, pues, al gran jinete, bueno, está bien porque ni siquiera reconoció al hijo que tuvo en la calle, Dios se encarga, Dios está viendo todo.

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Resultó idiota, pero no tanto como para no darse cuenta de lo que estaba pasando, y tuvo que subirse al bus para viajar a Chimbote, hospedarse en sus hermanos, ya en uno ya en otro, y hacerse curar con médicos, y no con brujos, ¡pero los médicos! no pudieron curarlo, fue más, resultó paralítico sentado en una silla de ruedas. Se le murió medio cuerpo y más, las manos no respondían a las órdenes del cerebro, y mientras estaba al cuidado de turno de sus hermanos Celidonia consiguió otro marido para que le ayudara en las tareas de campo, porque para eso se tiene marido, sino ¿quién me ayudaría a criar al hijo que tengo del desgraciado!.

Para entonces Modesto, el sobrino huérfano, había terminado la educación secundaria y emigrado a Chimbote, se hospedó en la casa de uno de los hermanos de Fernando y consiguió trabajo como obrero  en una envasadora de pescado. Matizaba su trabajo atendiendo al tío inválido que dejaron de llevarlo a los médicos por cuanto no conseguía mejoría. Aturdidos por la postración de Fernando, los hermanos le hacían mil remedios en atención a los consejos de uno y otro pariente y amigo, sucumbieron al consejo popular y terminaron por llevar al enfermo hasta los brujos que habitaban las viviendas de los barrios marginales de Chimbote. ¿Ya lo sobaron con el cuy?, preguntó uno de los curanderos, ¿ah?, ¡el cuy!, claro, no, todavía. ¡Y lo sobaron!, y conforme lo hacían el cuy iba muriendo, y tan pronto se desvanecía en la mano del curandero lo desolló con el corazón del animal aún latiendo. El curioso examinó al cuy, la radiografía del cuy no falla, ¡oh!, miren, aquí en la nuca hay un coágulo, necesitamos disolverlo, ¡uy!, éste es un tratamiento largo, tenemos que conseguir la caga de duende, pero dónde aquí en la costa, hay que mandar traer de la sierra. El curandero se refería a esa supuración amarillenta que emana de los vetustos troncos de los árboles serranos, y se hizo todo eso y más, lo pisaron con el San Antonio, con el San Juancito, estatuillas de yeso de santos en miniatura que los hermanos de Fernando mandaron fabricar especialmente allá en la avenida Tacna de Lima, todo eso, y saunas a base de yerbas silvestres y el romero bendito de Viernes Santo, e infusiones de flores, ¡y nada!.
¿Yalu pasaron con los orines del zorrillo, luan corneao con el culo del perro negro?, preguntó una comadrona casi paisana de los Ramírez. ¿Orina del zorrillo?, quién se atreve hacer orinar a un zorrillo en una bacinilla, en cuanto a la corneada con el culo del perro negro, bueno, eso sí, lo hicieron para el mal ojo cuando Fernando era un bebé.

Los Ramírez eran orgullosos, venían de un hogar en el que no sobraba la plata pero tampoco faltaba la comida como para perder la vergüenza. Sus padres mediamente instruidos eran pequeños agricultores y ganaderos, y además, tenderos, eso les permitió entregar a sus hijos educación secundaria completa. Y antes de morir cada quien por su parte recomendó “se han de ver los unos a los otros en las buenas y en las malas”, los padres eran católicos pero solidarios, eso sí, y siguiendo ese ejemplo los Ramírez harían hasta lo imposible por la mejoría del hermano.
Y fue allá, en el arenal del cerro San Pedro de Chimbote, más arriba del cementerio, donde encontraron un curandero de renombrada fama, venía del norte, eso decía, y además decía que era uno de los mejores de salas, en Lambayeque. De salas o de Huancabamba, o no, todos los brujos suelen decir eso, y además agregan que trabajan con los buenos espíritus. Pero la desesperación por ver bien a Fernando hizo que los hermanos de él creyeran todo lo que decía el brujo, así que, el brujo, después de indagar con cada hermano respecto a la vida pasada de Fernando, dijo que lo habían hecho mal feo, mal que le había traspasado tanto porque lo hicieron entre varios, por pura envidia, nada más. Lo envidiaban los yegüerizos, la mujer, la suegra y su familia, la Teresa de la tienda de la Plaza, por celos, porque el que le cantaba “Orines de mi chivato” en serenata, se casó con una mugrienta campesina. En fin, el brujo cobraba bien por aquella curación y por eso la complicaba.


Entonces, el brujo vistió de gala su rústica sala de sesiones curativas y citó a los hermanos y al enfermo para una noche de viernes en ella. Conchas de abanico, conchas de caracoles marinos, perfumes penetrantes, varillas de chonta, ramilletes de romero, crucifijos y tantas otras cosas raras componían la mesa espiritista extendida en el piso sobre una manta con motivos incaicos. Los Ramírez se apostaron alrededor de la sala, sentados en el piso, y cuando el viejo reloj de pared marcaba la media noche se inició la sesión, con un rito entre las narices del brujo y con la luz completamente apagada. Al tanteo y dentro del miedo apoderado de Fernando y sus hermanos, el brujo de desplazaba con una concha de caracol en la mano acercándola al oído de los asistentes a fin de que pudieran escuchar el sonido de brisa de mar que la concha emitía. Es el mal aire, explicaba el brujo a cada uno, y ¡sí que se escuchaba!, aunque cualquiera lo dudaría, pero dejaría de dudarlo si se hace de una caracola y la coloca con la abertura al oído. Luego de la caracola, el brujo se aproximaba a cada uno con una botella de penetrante perfume para después de defecar, vertía un poco del contenido en una valva de abanico y obligaba a cada asistente a inhalarlo, la inhalación les producía estornudos y náuseas, era lo que el brujo llamaba primera limpieza. En seguida obligó a beber a cada uno de los asistentes un vaso lleno de una cocción de San Pedro, un cactus alucinógeno que crece en las partes bajas de la sierra, y después de esta segunda limpieza ordenó que se concentraran en sus posibles enemigos, y preguntó a cada uno de los asistentes:
–¿Qué ves?.
Todos respondían describiendo lo que veían, ya a la mujer de Fernando, ya a la suegra, ya al mejor yegüero del pueblo.
–Yo veo –dijo el brujo–, veo a Fernando pisando tierra de muerto, y además veo a un brujo malero que está enterrando un muñeco de cera y una foto de Fernando, traspasados con muchos alfileres.

La sesión terminó a las cinco de la mañana, con caldo de gallina incluido, el brujo cobró mil soles por al ceremonia y agregó que tendrían que desenterrar aquel muñeco a fin de que Fernando se curara. Y acordaron para el próximo viernes el desentierro del supuesto muñeco, que según afirmaba el brujo, se encontraba enterrado por ahí nomás, a la vuelta, justo en la falda del cerro Cambio Puente.
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Y llegó el esperado día frío de viernes de julio, y partieron en un taxi a eso de las diez de la noche rumbo al lugar del entierro, pero esta vez no llevaron con ellos a Fernando, solamente fueron los seis hermanos más el sobrino Modesto. El brujo lo había preparado todo, el muñeco de cera negra atravesado por alfileres, la solución penetrante de perfumes y una botella con aguardiente para el frío. El brujo cogió la barreta y la introdujo en el suelo de la falda del cerro para ordenar que ahí cavaran, mientras él se armaba con un bolo de coca que remojaba de cuando en cuando con aguardiente. Hubo un momento en el que el brujo abandonó el grupo para defecar, regresando al rato, luego Modesto hizo lo mismo, y en el trayecto, ya de regreso, la luz de su linterna de mano tropezó con el muñeco de cera tirado en la arena, ni tonto ni nada, Modesto guardó el muñeco entre sus ropas y se unió al grupo excavador.
–¡Ya está bien! –ordenó el brujo–, ¡retírense!, no sea que malogren al muñeco.

Y se aproximó al foso, disimuladamente buscó entre los bolsillos de su chaqueta en afán de encontrar al muñeco, qué muñeco ni qué nada, el muñeco estaba a buen recaudo en el bolsillo de Modesto.

–Nos ha madrugado el enemigo –dijo el brujo, desanimado–, ahora la cosa se complica.
Y la cosa se complicó, pues, pero para él, Modesto no tenía un pelo de tonto, pero, cómo explicar lo sucedido a sus tíos, modesto estaba seguro que lo recriminarían, ellos habían tomado el asunto muy en serio. ¡Uy!, no sólo se le complicó el asunto al brujo, también a mí. El brujo sacó sus conclusiones: si mañana no encuentro el muñeco es porque este mocoso de mierda lo ha encontrado, pero si es así, me va tener que pagar.

Al siguiente día el brujo inició la búsqueda del muñeco ¡y no lo encontró!, entonces no había duda, Modesto se había burlado de él, pero lo pagaría, y muy caro, así que el brujo armó una estratagema. Fue a buscar a los hermanos de Fernando y los convenció para una segunda sesión en la que indagarían por el paradero de la estatuilla de cera, para luego hacer hasta lo imposible a fin de desenterrarla para que Fernando recobrara la salud. Pero tendríamos que hacer la sesión otro día, porque el enemigo nos está persiguiendo, hablaré con mis colegas para que ayuden con sus rezos a la media noche, tendremos que vencer al enemigo, será el día martes.

Y el martes a la media noche, después de los perfumes y brebajes de estilo.

–Veo que uno de ustedes tiene el muñeco de cera –dijo el brujo.
 Modesto se desplazó sigilosamente en la sala hasta llegar a la silla en la que se encontraba Fernando y entre sus piernas depositó el muñeco de cera.
–¡Religión y brujería la misma putería! –exclamó Fernando.
Fernando, medio idiota como se le notaba, lo sabía todo.

El brujo prendió la luz y Fernando exclamó: ¡Quítenme esta porquería de aquí!.

El brujo murmuró un rezo exótico mientras se hacía de la estatuilla, pensó que Modesto era el autor de todo eso y empezó a urdir estratagemas con la estatuilla en las manos y le vino una diabólica idea.
–Falta la fotografía –dijo.
–¿Y ahora? –preguntaron los hermanos al unísono.
–¡El enemigo está aquí! –enfatizó el brujo.
–Usted será, pues –replicó Modesto.
–¿Eres tú! –acusó el brujo a Modesto.
–Está usted muy co…
–¡Calla, sobrino!, vete a la casa –amonestó el mayor de los hermanos.
–Al contrario, que se quede. Qué, ¿no ven que el enemigo se está apoderando de él?. Si se va se fregó –dijo el brujo y luego preguntó a Modesto:
–¿Te has acostado con una mujer, mejor dicho, sabes qué es tener mujer?.

Por toda respuesta, Modesto se sonrojó.

–No te preocupes, eres aún un muchachito inocente, justo lo que necesitamos para encontrar la foto de tu tío –Maquinó el brujo.
Y los hizo saber a todos que el próximo martes irían hasta allá al cerro Cambio Puente, pero esta vez llevarían con ellos a Fernando, pero ¡eso sí!, ustedes los mayores no podrán ir, ustedes saben, ya no son inocentes. Me llevaré a Modesto y a Fernando, es lo que quieren los buenos espíritus.

Y para el siguiente martes lo preparó todo, cobrando por adelantado, qué fotografía ni qué nada, ya vería como lo justificaría, por ahora sólo interesa el mocoso ese y lo que estos serranos me pagan, ¡qué gasten pues!, tanta plata que ganan en la pesca, dicen que tienen su propia lancha, ¡carajo!. Además de la botella con fuerte perfume preparó dos contundentes botellas con limón y aguardiente, y a una de ellas le agregó un macerado de semillas de chamico ¡y a la alforja!.

La media noche estaba nublada y lloviznaba, el brujo cogió una de las botellas y la entregó a modesto, ¡salud muchacho!, me gustas por valiente, ojalá tu tío resista y no se duerma, dijo, y se tomó un poderoso trago de la botella que separó para él, y luego la recostó arriba del hoyo. ¡Toma pue muchacho!, y cava mientras cago, obligó, pero Modesto sólo aproximó la suya a sus labios con mucha desconfianza, la simple idea de beber le aterraba, luego acomodó la botella arriba del hoyo, cerca de la del brujo.

–¡Alto, carajo! –se escuchó una voz y luego un disparo de revólver–, ¡la policía!.
–¡Religión y brujería la misma putería! –gritó Fernando.

El muchacho se quedó paralizado, el brujo se subió los pantalones cagándose de miedo, y muy de prisa cogió la alforja y la botella y emprendió veloz huida. La policía los había seguido creyendo que se trataba de huaqueros, y una vez junto al muchacho éste los informó de todo. Ayudaron al muchacho subiendo al enfermo al patrullero y lo llevaron hasta la casa de uno de los Ramírez. Y ya de día, en reunión familiar.
–¡Seguro que tú!, llamaste a la policía, te conozco, tú malograste todo –culpó el menor de los Ramírez a Modesto.
–¿?.

Y sin pérdida de tiempo fueron a buscar al brujo, todavía no se ponían de moda los celulares en el país, y el chamán no contaba con teléfono fijo, nadie en esa zona marginal. No lo encontraron, qué lo iban a encontrar si en cada golpe que daba se hacía el desaparecido, como buen norteño había escuchado tanto esa canción “Pancho Villa” cantada por Aceves Mejía que una vez más la ponía en práctica, “¡y ay viene pancho Villa!, ¡con Juana Gallo en la silla!”. En San Pedro comenzó su carrera de bandido. La mujer del brujo amenazó con denunciar la desaparición ante la policía preocupando a los Ramírez, y estos, especialmente el menor, se desquitaban con Modesto. Después de dos semanas la mujer del brujo llegó hasta la casa de uno de los Ramírez en la que se hospedaba Fernando.
–¿Qué han hecho con mi marido que está como idiota?, ¿ah?, hoy sí se han jodido con nosotros, ¡por esta luz divina nos van a pagar muy caro!, todos ustedes se van arrastrar como animales –amenazó y se largó, y el miedo se apoderó de los Ramírez.

Qué, pues, iban hacer, nadie hizo nada, el brujo, lleno de miedo se tomó toda la botella que había preparado para modesto, la parálisis lo esperaba.

–¡Religión y brujería la misma putería! –exclamó Fernando.

¡Nos jodimos!, dijeron los Ramírez, esa mujer es capaz de todo, se reunirá con los colegas de su marido y sabe Dios qué harán con nosotros, hasta pueden convertirnos en animales.
Y en el pueblo de origen se comentaba el trágico destino de Fernando, que había sido embrujado por su suegra, eso decían, claro, pues, si la vieja esa es bruja, y de las buenazas, por las noches se convierte en puerca y sale por las calles del pueblo con la panza arrastrando y meneándose pesadamente mientras atisba a la gente. ¡Dios nos libre de esta bruja!. Ya la vez pasada, después que se casó Fernando, la bruja se reunió con otra bruja y fueron hasta la cueva de Cuchina para bañarse con el agua del alikán a fin de convertirse en grullas cantoras “¡De villa en villa!... ¡de villa en villa”, y en la noche volaron de villa en villa en busca del diablo hasta donde recibieron noticias de él. En la quebrada se desnudaron y apareció el diablo en forma de chivo con la verga al aire sacando chispas. El diablo las brincó a las dos, salía candela de los culos de las brujas “¡más, más, amor mío, entrégame tu semen!”, repetían, y cuando el diablo quedó satisfecho las brujas de mierda recogieron el semen para poder matar con solamente mencionar el nombre de la persona que quieren que muera, ¡ay!, oígaste, ¡qué miedo!.
En extremo afán ponía Fernando a sus hermanos, pues tenían que cucharearlo, practicarle el aseo, y además, soportar su mal genio que le venía por impotencia, mal genio que terminó por aburrir al menor de los Ramírez.
–¡Avisa cuando quieres cagar, cojudo!, ya me estás cansando ya.
–Mátame pue cojudo si estás aburrido –contestó Fernando.
Iracundo, el hermano, abandonó el dormitorio, Fernando lo siguió con la mirada hasta que se perdió por la puerta. Aquel hermano menor se iba de esa manera olvidando los hermosos momentos vividos, cuántas veces lo protegí, lo amé con amor de padre, y ahora que yo estoy como él estuvo alguna vez, indefenso e impotente, me trata así, ahora soy como un niño, como él fue bajo mi cariño y protección. ¡Dios mío!, si tú me estuvieras viendo no dudarías en recogerme. Qué puedo hacer, si estas manos obedecieran cogería un cuchillo y me eliminaría. ¡Ayúdame, Dios Padre!, quiero que esta despedida sea más que lo más hermoso que me haya sucedido. Es horrible sentirse huérfano, cómo no he de sentirme así si me siento impotente y humillado por los que más amé y aún amo, si volvieran aquellos primaverales días de mi vida todos en mis muslos se sentarían. Modesto, sobrino mío, cuanto dolor lacera mi pecho y tortura mi alma al recordar el día aquel que tuve que prescindir de ti, pobre de mí, altanero entonces, y complacedor de los apetitos terrenales, si tendría que arrodillarme ante alguien, sería ante ti, sobrino mío.
Y ahora sí, se había decidido a partir, devolvía los alimentos que lo cuchareaban. El hermano menor aburrido de soportarlo le regaló una bofetada, fue el primero en convertirse en animal, pero no por obra de la mujer del brujo, y él, Fernando, lo miró con los ojos llenos de lágrimas suplicando favor, le pedía que lo dejara morir en paz, había iniciado una marcha sin retroceso.

Y lo subieron al asiento trasero de un taxi hasta el paradero de autos que iban a Trujillo, ahí lo internaron en un Hospital. La mirada de Fernando se clavó en la puerta de entrada de aquel cuarto de hospital donde pasaría sus últimos días, las visitas entraban y salían, y aquella mirada buscaba ansiosa un rostro conocido, no al uno ni al otro de sus hermanos, tampoco a ninguno de los tantos familiares que llegaban a visitarlo, él los veía pero fingía no darse por enterado.
Los médicos intrigados por aquel horrible mal infirieron que podría haber sido causado por un huevo de tenia alojado en el cerebro, infirieron, nada más, pero no lo evidenciaron con el diagnóstico no obstante las múltiples radiografías, tomografías y todo eso que ordenaron los médicos. ¡Cisticercosis!, no hay otra explicación, este serrano ignorante ha comido carne de puerco y se ha jodido solo, en la sierra los puercos se alimentan con porquería humana. Así que, mientras lo mantenían con vida acordaron que deberían destaparle el cráneo para observarlo en directo. Y lo destaparon, pues, sin remordimientos ni ética ni nada, lo destaparon como si se tratara de un objeto. A  Fernando le era indiferente lo que pudieran hacer con él, sólo sabía que tenía que resistir hasta que llegara el muchacho aquel, único hijo de su única hermana que murió después de dar a luz a ese sencillo y no rencoroso muchacho que él un día se vio obligado a echar de casa, murió la hermana sin que de su boca saliera el nombre del padre de su hijo, que fue el buen hombre aquel que los Ramírez mataron a patadas una noche de fiesta patronal.

Con el cráneo destapado y sin visitas ya, su mirada fija en el marco de la puerta del cuarto de hospital, era de pena, de nostalgia demoledora y sin fin. Y por fin apareció Modesto, después de un mes, Fernando sonrío mirando la aparición…, después sus párpados cayeron y ya, eso fue todo, mientras los ojos del sobrino rodaban en un mar de inconsolables lágrimas. 

Por: Walter Elías Álvarez Bocanegra
Publicado el 24 de enero del 2013 a las 03 horas 28 minutos en la revista www.pulso-digital.com/...treta-del-brujo...walter-elias-alvarez-bocanegra
http://www.pulso-digital.com/
http://bocanegra5.rssing.com/chan-9250632/all_p1.html

jueves, 29 de septiembre de 2016

Monólogo interior


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Trataré de no hablar mal de su padre. Me resigné a quedarme sólo con mi hija mayor, así hubiera sido, ¿hombres para eso?, se consiguen a montón, pero cómo sabe una que lo van hacer bien. Ya estaba resignada, jamás volvería con él, pero un día que iba con mi amiga vi a José y se me ocurrió, “mira, ese es el padre del hijo que espero”, ella lo miró y suspiró, le hizo tantos halagos sin conocerlo, que yo decidí buscarlo, y volví con él, me casé y decidí dejarlo otra vez, le pediría una pensión, pero renunció a su empleo y no me quedó más que ir con él. ¡Y vino mi segunda hija!. Cuando consiguió de nuevo empleo lo demandé por la pensión y lo hice para separarme definitivamente de él, seguro que no lo quería, claro, no lo quería, sino no me hubiera venido de la sierra ni lo hubiera denunciado, yo dije ahora me pide el divorcio, tampoco le hubiera dado, para qué si no he pensado casarme de nuevo, así nomás, todos son iguales menos el que una escoge. Claro, no lo quería pero volví con él con tantos hombres que me buscaban, y me buscan todavía, hasta mis primas me animan. Pero ahora que han pasado tantas cosas siento que lo necesito para que me ayude a cuidar a las niñas, ya no quiero saber nada con mis padres peor con mis hermanos, y también lo necesito porque quiero tener un hijo hombre, hombre hubiera sido la primera, ahí quedaba definitivamente. Le conté mi vida privada y me comprendió. La culpa fue mía por querer estar siempre junto a mis padres, quería que mi mamá tenga todo lo que no ha tenido, su dormitorio con baño... Propina para las chelas de mi papá, para mis hermanos. ¡Me arrepiento!, ahora en la casa todos están contra mis hijas y también contra mí, mis hermanos meten candela, y es que cuando llegaba José no le daba importancia, para que vean lo dejaba ahí afuera como perro. Qué creerán, ¿qué me voy a quedar en su casa?. Tendré que salir, mis hijas pronto crecerán, son hermosas, ¡el papá!, ojalá lleguen a ser algo bueno para yo poder tener otra vida, me gustaría que se vayan al extranjero y me lleven, las estoy cultivando, cuando pasa una camioneta 4X4, último modelo, ¡esa camioneta me gusta!, les digo, no te preocupes mamá cuando crezca te voy a comprar una, me repiten. La chacra donde viví, sí, la extraño. Gastó todo el dinero que le dieron en un año, no previno, creo que lo hizo a propósito, así no me quedaba más que seguir con él batallando hasta salir de la pobreza, yo ¿porqué, pues?, soy profesional, ahora gano bien, puedo tener el hombre que quiera, me gusta mi trabajo, soy inteligente, aunque José nunca reconoció, ¡me da rabia!, como me hubiera gustado verlo cocinar y lavar para nosotras, ¡porqué no!, si mis hermanos lo hacen, yo les doy su propina, igual le hubiera dado a él. Qué hay que hagan los hombres y las mujeres no puedan, ¡los trabajos brutos!, nada más. Viajo constantemente y lo disfruto, disfruto cuando se acercan a mí a pedirme algo, no ayudo a nadie, porqué pues, sólo a mi hermana, claro que descuido a mis hijas dejándolas con mis padres, talvez por eso se habrán aburrido, por eso quise que el sinvergüenza de su padre venga y se fue. Su familia por parte de su madre, ¡ufff!, se creen hacendados, doña Eugenia y don Victorio, ¡la muerte!, y todo porque uno de sus antepasados lo fue, don Santiago es el único que salva el capote.  La madre de José, mandona y muy regañona, siempre discutía con su hijo, yo no le daba importancia, la paraba en seco, pero, muy inteligente y trabajadora, a ella le hubieran educado, ¡dónde estaría!. Después de todo, José sí, ¡fue un hombre!.

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–¿Ya murió?. Mejor pue que se haya muerto. ¿No te hacía sufrir tanto?, te dejó con tus dos hijas, no te ha ayudao en nada, y yo fregada cocinando, lavando para ellas, te haría la brujería seguramente, sino porqué pue lo seguiste hasta la chacra donde no hay auxilio de nada. Se daba de mucho, nos miraba desde arriba, paqué un hombre así. Ahora tú feliz con tus hijas, quién como tú, gracias a mí, pue.
–Ya mamá, ya, por favor.