Aquella mirada ya no era de pena, de una nostalgia
demoledora y sin fin, ahora miraba de otra manera, había alegría en ella porque
ahora lo tenía frente a él. Sus ojos se enternecieron como diciéndole “acércate
no temas, no temas, ven hacia mi lecho”, mientras Modesto, el jovencito de
dieciocho años ya, lo contemplaba con cariño y tristeza a la vez desde la
puerta del cuarto aquel.
Un mes hacía que subieron a empujones a ese hombre de
treinta y tres años, lo subieron hasta el asiento trasero de un taxi rumbo al
hospital más popular de Trujillo. Tres años que vivía paralítico, de la noche a
la mañana su aspecto arrogante de casi terrateniente se tornó deprimido y con
aspecto de muerte, después de tres años de haberse casado con la muchachita
aquella de la diezmada comarca serrana arriba de Chimbote.
Fernando Ramírez se llamaba y era el tercero de seis
hermanos vivos, y a ella, su reciente esposa, la llamaban Celidonia. Celidonia
venía de un hogar muy pobre, sus padres no habían terminado siquiera la
educación primaria, y ella, ni cuenta se dio que llegó al último grado
primario. Los hermanos de Fernando y demás familiares, con excepción de
Modesto, el leal y huérfano sobrino hijo de la difunta hermana, en primera
instancia no aprobaron aquella relación, pero después de deliberar creyeron que
aquella campesina sería una gran compañera para Fernando en las operaciones de
labranza en un pequeño fundo de los hermanos Ramírez, aledaño a la rústica
vivienda de Celidonia. En cambio la familia de Celidonia se mostraba
entusiasmada con aquella unión, ya que significaba tener por lo menos asegurada
la comida, y además, contarían con una casa no mal parecida en el mismo y
pequeño pueblo, cercano a la comarca, para hospedarse por lo menos en épocas de
fiesta, una posibilidad remota hasta entonces para ellos.
Así que, mientras la familia de Celidonia ambicionaba las
propiedades que ostentaba Fernando, los hermanos de Fernando veían a futuro
reverdecer las chacras de propiedad familiar con el concurso de la campesina y
los familiares de ella, que bien se darían con empeño trabajando las parcelas
de cultivo que conducía Fernando. Los hermanos de Fernando, con atavismos de
terratenientes, vivían en Chimbote y utilizaban la casa del pueblo y el pequeño
fundo nada más que para ostentar durante las fiestas patronales. Modesto, el
sobrino huérfano, hacía de mandadero, y entonces con Fernando ya casado su
condición de marginado se agravó, tenía que hacerse pedazos para complacer a la
nueva familia de su tío y, además, salir victorioso en las pruebas del colegio.
Así que Fernando, para complacer a su nueva familia, tuvo que prescindir del
sobrino y este fue a dar a la casa de unos tíos lejanos hasta terminar la
educación secundaria.
La familia de celidonia no veía con buenos ojos la
gallardía de Fernando, “nos mira para abajo”, y empezaron a maquinar acciones
de venganza, la suegra llevaba la batuta, cómo pues podrían tener un miembro de
familia así, se sentían disminuidos con aquella gallardía, aunque Fernando
jamás los marginó, ellos así lo sentían.
Y en aquel mundo donde la desgracia de unos es la felicidad
de otros, justamente en la fiesta patronal del pueblo y tres años después que
Fernando y Celidonia se casaron, en una esquina de la Plaza de armas se ubicó
un curandero con polvos, brebajes y sebos de todos los reptiles, con cuerpos
presentes disecados y mal olientes por tanto petróleo recibido como lustre. Que
el sebo del lagarto es bueno para tanto, que el sebo de la maldita boa, de la
shushupe, del corralillo, ¡oye!, ¡mira ve!, si te duele la espalda y las
rodillas solo tienes que coger un poco de este sebo de culebra. ¡Mira ve!, lo
coges así, ¡mira ve!, en los dedos, ¡mira ve!, y lo calientas en las llamas de
una vela o en una callana con brazas y te frotas así, ¡mira ve!, hasta que el
sebo desaparezca, ¡mira ve!, ¡y adiós a los dolores!. Y si no tienes suerte en
los negocios, no tienes suerte en el amor, te sientes triste, así, ¡mira ve!,
es porque brujería te han hecho, tierra de muerto has pisao. ¡Mira ve!, hay
gente mala que te tiene envidia, y para verte como estás van hasta el
cementerio, ¡mira ve!, a la media noche, ¡mira ve!, y cavan y cavan hasta
encontrar el muerto, le quitan los huesos de las canillas y los muelen hasta
que quedan polvo, ¡y eso es la tierra de muerto!. La cogen así, ¡mira ve!, en
tu nombre pronuncian unas palabras cabalísticas “¡orates frates ya te
fregates!”, la llenan en una bolsa, ¡mira ve!, y después la riegan en el
corredor y quicio de tu puerta, así, ¡mira ve!, para que la pises, ¡y una vez
que pizas la tierra de muerto!, todo mal te llega. Yo puedo curarte, ¡mira ve!,
sólo tienes que visitarme en el hotel para leerte la mano, para leerte las
cartas, para hacerte una limpieza, para entregarte un amuleto que te proteja de
los malos espíritus, ¡mira ve!, porque así como hay buenos espíritus también hay malos, ¡son el
mismo diablo!, ¡mira ve!. Y si quieres que tu mujer o tu marido te declare con
quién te traiciona, ¡mira ve!, sólo tienes que coger su zapato izquierdo, ¡mira
ve!, así ¡mira ve!, y lo colocas en el pecho izquierdo, mientras duerme, y lo
preguntas, ¡mira ve!. Pero eso sí, para que surta efecto yo te voy a dar un
polvo para que tome antes que se duerma, ¡mira ve!, es el polvo de la
sabiduría; disuelves el polvo en el té o en la sopa y le das, ya tú tienes que
ingeniarte cómo lo haces, yo no te voy a decir todo, ¡pue!, usa tu cabeza. Y si
tu marido te hace sufrir, es porque todavía no has logrado amansarlo, ¡tienes
que amansarlo!, pero no como se amansan a los animales, ¡así no!, tiene que ser
con inteligencia, ¡yo tengo la solución!.

Era uno de esos curanderos que recorren las fiestas
patronales, con tarjetas y propaganda impresa promocionándose, que son
espiritistas, parasicólogos y más, y hasta difunden propaganda por las radios
locales. Era uno de esos que leía la suerte en las barajas, en la mano
izquierda y hasta en la mirada, uno de esos curanderos que sabía de todo y que
resultó en el oficio obligado por la necesidad con el espaldarazo de la
casualidad; llevaba con él a un hombre robusto de mediana estatura que luego de
untarse con un sebo se acostaba sobre vidrios molidos, y además, se atravesaba
los labios y la cara con agujas de diferentes tamaños, y hasta caminaba sobre
carbones de leña al rojo vivo. La madre de celidonia se le acercó y le dijo:
–Quiero amansar a mi yerno.
Aquí está la plata, se dijo el curandero, y citó a la
recurrente para una consulta en privado en el hotelillo del pueblo.
–Tienes que traer a tu yerno –impuso el brujo.
–¿Usted créiste?, ese no va a venir, mi yerno es uno de
esos togaos del pueblo, togao y palangana, ¡yásque va venir! –contestó la
mujer.
–Entón, tienes que traerme una foto de él, tengo que hacer
un muñeco de cera a su imagen y semejanza.

Al siguiente día, por la tarde, ni corta ni perezosa la
madre de Celidonia llegó hasta el brujo jalando dos carneros y un pavo bajo el
brazo, y también, una foto de Fernando dentro de sus senos. Y un día después,
por la noche, de acuerdo a lo previamente pactado, se encaminaron hasta la
chacra de Fernando. El brujo se armó, para el mal aire, mascando coca mientras
fumaba un cigarrillo nacional, y al final de la chacchada se echó un buen trago
de aguardiente para iniciar su labor dilapidadora. Extrajo de su costalillo una
pequeña escultura de cera negra del tamaño de una mano con la foto de Fernando
adherida, y atravesó el conjunto con unas espinas e cabracasha. Luego extrajo
del mismo costalillo una botella que contenía una solución aromática
penetrante, mezcla de todos los perfumes que olía al mismo demonio, se chupó
parte del contenido de la botella y desde su boca chisgueteó la solución sobre
la estatuilla y, acto seguido, la enterró en la cabecera de la chacra mientras
murmuraba entre narices una oración que helaba la sangre de la mujer.
–Ya está –dijo el brujo–, esta es la primera parte del
trabajo, puede o no puede surtir efecto, pero si quieres asegurarlo, tienes que
aumentar la limosna.
–¿Qué limosna?.
–Dinero, quinientos soles, ya no te puedo aceptar animales,
los buenos espíritus se molestan.
La mujer pensó en su yerno como alternativa de solución, y
le pidió al brujo le diera un día de plazo para conseguir el dinero requerido.
Fue hasta el yerno fingiendo estar enferma, era el día central de la fiesta
patronal, el yerno departía con sus hermanos y demás familiares algunas
botellas de vino, mientras Celidonia cocinaba un suculento almuerzo a base de
cuyes y gallinas. La mujer llegó acongojada, con el bonete de paja caído a un
costado y el pullo de lana de carnero arrastrando por el suelo, disimuló muy
bien una supuesta enfermedad entre sollozos y quejidos, y convenció al grupo de
fiesteros que terminaron haciendo una bolsa con yapa en beneficio de la salud
de la afligida suegra de Fernando, gracias babosos, ya les quiero ver.

Y la buena madre y mala suegra fue donde el brujo, entregó
lo pactado y recibió a cambio una bolsa con tierra de muerto para ser esparcida
en el dormitorio de Fernando, cuidadosamente, a fin de que él, y nadie más que
él, la pisara. En seguida, el brujo entregó a la mujer una botella que contenía
una infusión de chamico, una copita, nada más, dentro del café que dices que
tanto le gusta a tu yerno. La madre de celidonia tendría que convencer a su
hija a fin de que se cumpla al pie de la letra con las indicaciones del brujo,
Celidonia echó el grito al cielo, ella no veía la necesidad de hacerlo, su
esposo se portaba muy bien con ella, pero la madre dijo:
–¡Qué sonsa eres china de mierda!, lo hago por tu bien, ya
hubieras visto a tu marido coqueteando con la Teresa de la tienda de la Plaza,
pronto te dejará por ella, ¡ya lo verás!. La otra noche tu marido fue a darle
serenata, a cantar como sondo “orines de mi chivato porque los voy a votar, si
eso tiene que ser perfume de mi mujer…”, ¡lo hubieras visto!.
Los celos pudieron más y celidonia accedió. Y llegó la
desgracia, de la noche a la mañana, decían en el pueblo, el Fernando resultó
idiota, seguro que la china mocosa esa quiere estar dale y dale en la cama, el
pobre tiene que acceder, ¡qué le queda!, peor pesarían los cuernos. Por eso fue
que, apenas se casó con la china esa, dejó de jugar “casino” con los policías y
hasta abandonó su vida nocturna en el billar de don Beto, eso y más, oiga
usted, dejó de concursar a sus caballos en las fiestas patronales de los
pueblos vecinos. Adiós, pues, al gran jinete, bueno, está bien porque ni
siquiera reconoció al hijo que tuvo en la calle, Dios se encarga, Dios está
viendo todo.

Resultó idiota, pero no tanto como para no darse cuenta de
lo que estaba pasando, y tuvo que subirse al bus para viajar a Chimbote,
hospedarse en sus hermanos, ya en uno ya en otro, y hacerse curar con médicos,
y no con brujos, ¡pero los médicos! no pudieron curarlo, fue más, resultó
paralítico sentado en una silla de ruedas. Se le murió medio cuerpo y más, las
manos no respondían a las órdenes del cerebro, y mientras estaba al cuidado de
turno de sus hermanos Celidonia consiguió otro marido para que le ayudara en
las tareas de campo, porque para eso se tiene marido, sino ¿quién me ayudaría a
criar al hijo que tengo del desgraciado!.
Para entonces Modesto, el sobrino huérfano, había terminado
la educación secundaria y emigrado a Chimbote, se hospedó en la casa de uno de
los hermanos de Fernando y consiguió trabajo como obrero en una envasadora de pescado. Matizaba su
trabajo atendiendo al tío inválido que dejaron de llevarlo a los médicos por
cuanto no conseguía mejoría. Aturdidos por la postración de Fernando, los
hermanos le hacían mil remedios en atención a los consejos de uno y otro
pariente y amigo, sucumbieron al consejo popular y terminaron por llevar al
enfermo hasta los brujos que habitaban las viviendas de los barrios marginales
de Chimbote. ¿Ya lo sobaron con el cuy?, preguntó uno de los curanderos, ¿ah?,
¡el cuy!, claro, no, todavía. ¡Y lo sobaron!, y conforme lo hacían el cuy iba
muriendo, y tan pronto se desvanecía en la mano del curandero lo desolló con el
corazón del animal aún latiendo. El curioso examinó al cuy, la radiografía del
cuy no falla, ¡oh!, miren, aquí en la nuca hay un coágulo, necesitamos
disolverlo, ¡uy!, éste es un tratamiento largo, tenemos que conseguir la caga
de duende, pero dónde aquí en la costa, hay que mandar traer de la sierra. El
curandero se refería a esa supuración amarillenta que emana de los vetustos
troncos de los árboles serranos, y se hizo todo eso y más, lo pisaron con el
San Antonio, con el San Juancito, estatuillas de yeso de santos en miniatura
que los hermanos de Fernando mandaron fabricar especialmente allá en la avenida
Tacna de Lima, todo eso, y saunas a base de yerbas silvestres y el romero
bendito de Viernes Santo, e infusiones de flores, ¡y nada!.
¿Yalu pasaron con los orines del zorrillo, luan corneao con
el culo del perro negro?, preguntó una comadrona casi paisana de los Ramírez.
¿Orina del zorrillo?, quién se atreve hacer orinar a un zorrillo en una
bacinilla, en cuanto a la corneada con el culo del perro negro, bueno, eso sí,
lo hicieron para el mal ojo cuando Fernando era un bebé.
Los Ramírez eran orgullosos, venían de un hogar en el que
no sobraba la plata pero tampoco faltaba la comida como para perder la
vergüenza. Sus padres mediamente instruidos eran pequeños agricultores y
ganaderos, y además, tenderos, eso les permitió entregar a sus hijos educación
secundaria completa. Y antes de morir cada quien por su parte recomendó “se han
de ver los unos a los otros en las buenas y en las malas”, los padres eran
católicos pero solidarios, eso sí, y siguiendo ese ejemplo los Ramírez harían
hasta lo imposible por la mejoría del hermano.

Y fue allá, en el arenal del cerro San Pedro de Chimbote,
más arriba del cementerio, donde encontraron un curandero de renombrada fama,
venía del norte, eso decía, y además decía que era uno de los mejores de salas,
en Lambayeque. De salas o de Huancabamba, o no, todos los brujos suelen decir
eso, y además agregan que trabajan con los buenos espíritus. Pero la
desesperación por ver bien a Fernando hizo que los hermanos de él creyeran todo
lo que decía el brujo, así que, el brujo, después de indagar con cada hermano
respecto a la vida pasada de Fernando, dijo que lo habían hecho mal feo, mal
que le había traspasado tanto porque lo hicieron entre varios, por pura
envidia, nada más. Lo envidiaban los yegüerizos, la mujer, la suegra y su
familia, la Teresa de la tienda de la Plaza, por celos, porque el que le
cantaba “Orines de mi chivato” en serenata, se casó con una mugrienta
campesina. En fin, el brujo cobraba bien por aquella curación y por eso la
complicaba.

Entonces, el brujo vistió de gala su rústica sala de
sesiones curativas y citó a los hermanos y al enfermo para una noche de viernes
en ella. Conchas de abanico, conchas de caracoles marinos, perfumes
penetrantes, varillas de chonta, ramilletes de romero, crucifijos y tantas
otras cosas raras componían la mesa espiritista extendida en el piso sobre una
manta con motivos incaicos. Los Ramírez se apostaron alrededor de la sala,
sentados en el piso, y cuando el viejo reloj de pared marcaba la media noche se
inició la sesión, con un rito entre las narices del brujo y con la luz
completamente apagada. Al tanteo y dentro del miedo apoderado de Fernando y sus
hermanos, el brujo de desplazaba con una concha de caracol en la mano acercándola
al oído de los asistentes a fin de que pudieran escuchar el sonido de brisa de
mar que la concha emitía. Es el mal aire, explicaba el brujo a cada uno, y ¡sí
que se escuchaba!, aunque cualquiera lo dudaría, pero dejaría de dudarlo si se
hace de una caracola y la coloca con la abertura al oído. Luego de la caracola,
el brujo se aproximaba a cada uno con una botella de penetrante perfume para
después de defecar, vertía un poco del contenido en una valva de abanico y
obligaba a cada asistente a inhalarlo, la inhalación les producía estornudos y
náuseas, era lo que el brujo llamaba primera limpieza. En seguida obligó a
beber a cada uno de los asistentes un vaso lleno de una cocción de San Pedro,
un cactus alucinógeno que crece en las partes bajas de la sierra, y después de
esta segunda limpieza ordenó que se concentraran en sus posibles enemigos, y
preguntó a cada uno de los asistentes:
–¿Qué ves?.
Todos respondían describiendo lo que veían, ya a la mujer
de Fernando, ya a la suegra, ya al mejor yegüero del pueblo.
–Yo veo –dijo el brujo–, veo a Fernando pisando tierra de
muerto, y además veo a un brujo malero que está enterrando un muñeco de cera y
una foto de Fernando, traspasados con muchos alfileres.
La sesión terminó a las cinco de la mañana, con caldo de
gallina incluido, el brujo cobró mil soles por al ceremonia y agregó que
tendrían que desenterrar aquel muñeco a fin de que Fernando se curara. Y
acordaron para el próximo viernes el desentierro del supuesto muñeco, que según
afirmaba el brujo, se encontraba enterrado por ahí nomás, a la vuelta, justo en
la falda del cerro Cambio Puente.
Y llegó el esperado día frío de viernes de julio, y
partieron en un taxi a eso de las diez de la noche rumbo al lugar del entierro,
pero esta vez no llevaron con ellos a Fernando, solamente fueron los seis
hermanos más el sobrino Modesto. El brujo lo había preparado todo, el muñeco de
cera negra atravesado por alfileres, la solución penetrante de perfumes y una
botella con aguardiente para el frío. El brujo cogió la barreta y la introdujo
en el suelo de la falda del cerro para ordenar que ahí cavaran, mientras él se
armaba con un bolo de coca que remojaba de cuando en cuando con aguardiente.
Hubo un momento en el que el brujo abandonó el grupo para defecar, regresando al
rato, luego Modesto hizo lo mismo, y en el trayecto, ya de regreso, la luz de
su linterna de mano tropezó con el muñeco de cera tirado en la arena, ni tonto
ni nada, Modesto guardó el muñeco entre sus ropas y se unió al grupo excavador.
–¡Ya está bien! –ordenó el brujo–, ¡retírense!, no sea que
malogren al muñeco.
Y se aproximó al foso, disimuladamente buscó entre los
bolsillos de su chaqueta en afán de encontrar al muñeco, qué muñeco ni qué
nada, el muñeco estaba a buen recaudo en el bolsillo de Modesto.
–Nos ha madrugado el enemigo –dijo el brujo, desanimado–,
ahora la cosa se complica.
Y la cosa se complicó, pues, pero para él, Modesto no tenía
un pelo de tonto, pero, cómo explicar lo sucedido a sus tíos, modesto estaba
seguro que lo recriminarían, ellos habían tomado el asunto muy en serio. ¡Uy!,
no sólo se le complicó el asunto al brujo, también a mí. El brujo sacó sus
conclusiones: si mañana no encuentro el muñeco es porque este mocoso de mierda
lo ha encontrado, pero si es así, me va tener que pagar.
Al siguiente día el brujo inició la búsqueda del muñeco ¡y
no lo encontró!, entonces no había duda, Modesto se había burlado de él, pero
lo pagaría, y muy caro, así que el brujo armó una estratagema. Fue a buscar a
los hermanos de Fernando y los convenció para una segunda sesión en la que
indagarían por el paradero de la estatuilla de cera, para luego hacer hasta lo
imposible a fin de desenterrarla para que Fernando recobrara la salud. Pero
tendríamos que hacer la sesión otro día, porque el enemigo nos está
persiguiendo, hablaré con mis colegas para que ayuden con sus rezos a la media
noche, tendremos que vencer al enemigo, será el día martes.
Y el martes a la media noche, después de los perfumes y
brebajes de estilo.
–Veo que uno de ustedes tiene el muñeco de cera –dijo el
brujo.
Modesto se desplazó
sigilosamente en la sala hasta llegar a la silla en la que se encontraba
Fernando y entre sus piernas depositó el muñeco de cera.
–¡Religión y brujería la misma putería! –exclamó Fernando.
Fernando, medio idiota como se le notaba, lo sabía todo.
El brujo prendió la luz y Fernando exclamó: ¡Quítenme esta
porquería de aquí!.
El brujo murmuró un rezo exótico mientras se hacía de la
estatuilla, pensó que Modesto era el autor de todo eso y empezó a urdir
estratagemas con la estatuilla en las manos y le vino una diabólica idea.
–Falta la fotografía –dijo.
–¿Y ahora? –preguntaron los hermanos al unísono.
–¡El enemigo está aquí! –enfatizó el brujo.
–Usted será, pues –replicó Modesto.
–¿Eres tú! –acusó el brujo a Modesto.
–Está usted muy co…
–¡Calla, sobrino!, vete a la casa –amonestó el mayor de los
hermanos.
–Al contrario, que se quede. Qué, ¿no ven que el enemigo se
está apoderando de él?. Si se va se fregó –dijo el brujo y luego preguntó a
Modesto:
–¿Te has acostado con una mujer, mejor dicho, sabes qué es
tener mujer?.
Por toda respuesta, Modesto se sonrojó.
–No te preocupes, eres aún un muchachito inocente, justo lo
que necesitamos para encontrar la foto de tu tío –Maquinó el brujo.
Y los hizo saber a todos que el próximo martes irían hasta
allá al cerro Cambio Puente, pero esta vez llevarían con ellos a Fernando, pero
¡eso sí!, ustedes los mayores no podrán ir, ustedes saben, ya no son inocentes.
Me llevaré a Modesto y a Fernando, es lo que quieren los buenos espíritus.
Y para el siguiente martes lo preparó todo, cobrando por
adelantado, qué fotografía ni qué nada, ya vería como lo justificaría, por
ahora sólo interesa el mocoso ese y lo que estos serranos me pagan, ¡qué gasten
pues!, tanta plata que ganan en la pesca, dicen que tienen su propia lancha,
¡carajo!. Además de la botella con fuerte perfume preparó dos contundentes
botellas con limón y aguardiente, y a una de ellas le agregó un macerado de
semillas de chamico ¡y a la alforja!.
La media noche estaba nublada y lloviznaba, el brujo cogió
una de las botellas y la entregó a modesto, ¡salud muchacho!, me gustas por
valiente, ojalá tu tío resista y no se duerma, dijo, y se tomó un poderoso
trago de la botella que separó para él, y luego la recostó arriba del hoyo. ¡Toma
pue muchacho!, y cava mientras cago, obligó, pero Modesto sólo aproximó la suya
a sus labios con mucha desconfianza, la simple idea de beber le aterraba, luego
acomodó la botella arriba del hoyo, cerca de la del brujo.
–¡Alto, carajo! –se escuchó una voz y luego un disparo de
revólver–, ¡la policía!.
–¡Religión y brujería la misma putería! –gritó Fernando.
El muchacho se quedó paralizado, el brujo se subió los
pantalones cagándose de miedo, y muy de prisa cogió la alforja y la botella y
emprendió veloz huida. La policía los había seguido creyendo que se trataba de
huaqueros, y una vez junto al muchacho éste los informó de todo. Ayudaron al
muchacho subiendo al enfermo al patrullero y lo llevaron hasta la casa de uno
de los Ramírez. Y ya de día, en reunión familiar.
–¡Seguro que tú!, llamaste a la policía, te conozco, tú
malograste todo –culpó el menor de los Ramírez a Modesto.
–¿?.
Y sin pérdida de tiempo fueron a buscar al brujo, todavía
no se ponían de moda los celulares en el país, y el chamán no contaba con
teléfono fijo, nadie en esa zona marginal. No lo encontraron, qué lo iban a
encontrar si en cada golpe que daba se hacía el desaparecido, como buen norteño
había escuchado tanto esa canción “Pancho Villa” cantada por Aceves Mejía que
una vez más la ponía en práctica, “¡y ay viene pancho Villa!, ¡con Juana Gallo
en la silla!”. En San Pedro comenzó su carrera de bandido. La mujer del brujo
amenazó con denunciar la desaparición ante la policía preocupando a los
Ramírez, y estos, especialmente el menor, se desquitaban con Modesto. Después
de dos semanas la mujer del brujo llegó hasta la casa de uno de los Ramírez en
la que se hospedaba Fernando.
–¿Qué han hecho con mi marido que está como idiota?, ¿ah?,
hoy sí se han jodido con nosotros, ¡por esta luz divina nos van a pagar muy
caro!, todos ustedes se van arrastrar como animales –amenazó y se largó, y el
miedo se apoderó de los Ramírez.
Qué, pues, iban hacer, nadie hizo nada, el brujo, lleno de
miedo se tomó toda la botella que había preparado para modesto, la parálisis lo
esperaba.
–¡Religión y brujería la misma putería! –exclamó Fernando.
¡Nos jodimos!, dijeron los Ramírez, esa mujer es capaz de
todo, se reunirá con los colegas de su marido y sabe Dios qué harán con
nosotros, hasta pueden convertirnos en animales.
Y en el pueblo de origen se comentaba el trágico destino de
Fernando, que había sido embrujado por su suegra, eso decían, claro, pues, si
la vieja esa es bruja, y de las buenazas, por las noches se convierte en puerca
y sale por las calles del pueblo con la panza arrastrando y meneándose
pesadamente mientras atisba a la gente. ¡Dios nos libre de esta bruja!. Ya la
vez pasada, después que se casó Fernando, la bruja se reunió con otra bruja y
fueron hasta la cueva de Cuchina para bañarse con el agua del alikán a fin de
convertirse en grullas cantoras “¡De villa en villa!... ¡de villa en villa”, y
en la noche volaron de villa en villa en busca del diablo hasta donde
recibieron noticias de él. En la quebrada se desnudaron y apareció el diablo en
forma de chivo con la verga al aire sacando chispas. El diablo las brincó a las
dos, salía candela de los culos de las brujas “¡más, más, amor mío, entrégame
tu semen!”, repetían, y cuando el diablo quedó satisfecho las brujas de mierda
recogieron el semen para poder matar con solamente mencionar el nombre de la
persona que quieren que muera, ¡ay!, oígaste, ¡qué miedo!.
…
En extremo afán ponía Fernando a sus hermanos, pues tenían
que cucharearlo, practicarle el aseo, y además, soportar su mal genio que le
venía por impotencia, mal genio que terminó por aburrir al menor de los
Ramírez.
–¡Avisa cuando quieres cagar, cojudo!, ya me estás cansando
ya.
–Mátame pue cojudo si estás aburrido –contestó Fernando.
Iracundo, el hermano, abandonó el dormitorio, Fernando lo siguió
con la mirada hasta que se perdió por la puerta. Aquel hermano menor se iba de
esa manera olvidando los hermosos momentos vividos, cuántas veces lo protegí,
lo amé con amor de padre, y ahora que yo estoy como él estuvo alguna vez,
indefenso e impotente, me trata así, ahora soy como un niño, como él fue bajo
mi cariño y protección. ¡Dios mío!, si tú me estuvieras viendo no dudarías en
recogerme. Qué puedo hacer, si estas manos obedecieran cogería un cuchillo y me
eliminaría. ¡Ayúdame, Dios Padre!, quiero que esta despedida sea más que lo más
hermoso que me haya sucedido. Es horrible sentirse huérfano, cómo no he de
sentirme así si me siento impotente y humillado por los que más amé y aún amo,
si volvieran aquellos primaverales días de mi vida todos en mis muslos se
sentarían. Modesto, sobrino mío, cuanto dolor lacera mi pecho y tortura mi alma
al recordar el día aquel que tuve que prescindir de ti, pobre de mí, altanero
entonces, y complacedor de los apetitos terrenales, si tendría que arrodillarme
ante alguien, sería ante ti, sobrino mío.
Y ahora sí, se había decidido a partir, devolvía los
alimentos que lo cuchareaban. El hermano menor aburrido de soportarlo le regaló
una bofetada, fue el primero en convertirse en animal, pero no por obra de la
mujer del brujo, y él, Fernando, lo miró con los ojos llenos de lágrimas
suplicando favor, le pedía que lo dejara morir en paz, había iniciado una
marcha sin retroceso.
Y lo subieron al asiento trasero de un taxi hasta el
paradero de autos que iban a Trujillo, ahí lo internaron en un Hospital.
La mirada de Fernando se clavó en la puerta de entrada de aquel cuarto de
hospital donde pasaría sus últimos días, las visitas entraban y salían, y
aquella mirada buscaba ansiosa un rostro conocido, no al uno ni al otro de sus
hermanos, tampoco a ninguno de los tantos familiares que llegaban a visitarlo,
él los veía pero fingía no darse por enterado.
Los médicos intrigados por aquel horrible mal infirieron
que podría haber sido causado por un huevo de tenia alojado en el cerebro,
infirieron, nada más, pero no lo evidenciaron con el diagnóstico no obstante
las múltiples radiografías, tomografías y todo eso que ordenaron los médicos.
¡Cisticercosis!, no hay otra explicación, este serrano ignorante ha comido
carne de puerco y se ha jodido solo, en la sierra los puercos se alimentan con
porquería humana. Así que, mientras lo mantenían con vida acordaron que
deberían destaparle el cráneo para observarlo en directo. Y lo destaparon,
pues, sin remordimientos ni ética ni nada, lo destaparon como si se tratara de
un objeto. A Fernando le era indiferente
lo que pudieran hacer con él, sólo sabía que tenía que resistir hasta que
llegara el muchacho aquel, único hijo de su única hermana que murió después de
dar a luz a ese sencillo y no rencoroso muchacho que él un día se vio obligado
a echar de casa, murió la hermana sin que de su boca saliera el nombre del
padre de su hijo, que fue el buen hombre aquel que los Ramírez mataron a
patadas una noche de fiesta patronal.

Con el cráneo destapado y sin visitas ya, su mirada fija en
el marco de la puerta del cuarto de hospital, era de pena, de nostalgia
demoledora y sin fin. Y por fin apareció Modesto, después de un mes, Fernando
sonrío mirando la aparición…, después sus párpados cayeron y ya, eso fue todo,
mientras los ojos del sobrino rodaban en un mar de inconsolables lágrimas.
Por: Walter Elías Álvarez Bocanegra
Publicado el 24 de enero del 2013 a las 03 horas 28 minutos en la revista www.pulso-digital.com/...treta-del-brujo...walter-elias-alvarez-bocanegra
http://www.pulso-digital.com/
http://bocanegra5.rssing.com/chan-9250632/all_p1.html