Tocó afanosamente
mi puerta, y después que la abrí irrumpió en mi habitación. Era el tipo que
vivía al frente, en un apartamento de alquiler, en el segundo piso con entrada
independiente, un tipo arriba de los treinta años, a lo más treinta y cinco,
algo más pequeño que yo, cerca al metro setenta de estatura, con el pelo largo
y bien cuidado. No tenía amigos en el barrio, pero pasaba la voz a todos,
siempre iba bien vestido, notorios eran los anteojos que llevaba, no siempre
lucía los mismos. Teníamos buena imagen de él, aunque no sabíamos a que se
dedicaba.
A menudo
coincidíamos al llegar por las noches, yo de la Universidad y él de lo suyo.
Cuando me pasaba estudiando hasta el amanecer, podía distinguir por la ventana
la luz prendida de su habitación. Los sábados, por la noche, se internaba con
amigos y licor, ponían la música a todo volumen y parecía que se divertían;
eran noches incómodas de insomnio para los vecinos y para mí, por supuesto, el
domingo comentábamos al respecto y hasta nos animábamos a pedirle más prudencia,
que bajara el volumen de su equipo, por lo menos, pero la reverencia del tipo
equilibraba muy bien nuestra incomodidad.
Ahí lo tenía
aquella noche, sobresaltado, muy agitado, su mirada recorrió ansiosa todo mi
cuarto, pensé que huía de algo y que llegaba hasta mí en busca de ayuda. Fue él, quien después de calmarse, habló
francamente, como si tuviera conmigo una confianza de años.
–Tú necesitas
alguien que te haga sentir lo que nunca has sentido.
–¿A qué te
refieres?.
–A cachar pues
chanconcito, a qué más va a ser.
–¿Al chongo?.
–¿Al chongo!, a mi
cuarto compadrito.
–¿Tienes hembritas
en tu cuarto?.
–Y de las buenas.
–¿Cobran bien?, no
tengo dinero.
–La plata es lo de
menos, vamos nomás. Armamos una orgía, que te acordarás en tu puta vida.
Empecé a temblar,
imaginaba a las hembras ahí dispuestas, al escoger, para intercambiar, era lo
que entendía por orgía, ¿pero yo podría exhibirme desnudo, respondería mi
miembro ante la mirada de los demás, o se escondería de vergüenza, cómo sucedía
en el burdel?. Tuve miedo de lo que pasaría y empecé a maquinar alguna mentira
que me apartara de aquella tentación, en la que talvez fracasaría y se reirían
de mí, y en público, en medio de las codiciadas hembras, deseosas de placer.
–Es que tengo que
estudiar, estoy mal en las pruebas.
–Mejor pues,
después de cachar te quedas fresco, como una lechuga, para poder estudiar. ¿No
creo que puedas estudiar pensando que, ahí al frente, están las hembras
derritiéndose por un hombre, por un estudiosito como tú?.
–Ayer precisamente
fui al chongo, y me encuentro fresco como una lechuga.
–Ayer fue ayer, ¿o
apenas das para una vez a las quinientas?. ¿A tu edad!.
–El estudio es
primero, por él estoy aquí.
–Y el sexo, ¿qué?,
el sexo es antes que el estudio, es natural.
–Y después, ¿qué?.
Me reprueban, y las putas no van a ir a entregar el culo para que me aprueben.
–Nunca vas a
encontrar una oportunidad como la que te ofrezco. No seas cojudo.
–Oportunidades he
tenido y tendré muchas.
–Imagínate con la
hembra, bailando bien apretaditos, con la mano en el trasero, y después ella
quitándose la ropa.
–Bueno pue carajo,
pero ¿hay trago?.
–Para escoger,
corto y cerveza.
Fui tras aquel
imprevisto anfitrión que me ofrecía de todo, y gratis, tuve que sobreponerme a
mis temores, de repente entrando en confianza y en calor con unos tragos podría
suceder lo que ansiosamente esperaba, ¿para qué esperar el día en que pueda
amanecerme con una mujer y practicar el sexo al despertar?, me amanecería pues,
de ser necesario, entonces le estaría eternamente agradecido a aquel hombre que
Dios talvez me había enviado. Pero llegando a su habitación otra vez me invadió
la duda, y quise fugar, disimuladamente, con el pretexto que en primera se me
ocurrió.
–¡Compadre!,
espera, voy a la farmacia por preservativos.
–¿Preservativos?,
¿para qué?, calatito nomás.
–Es que pueden
estar quemadas, tú sabes, y después las penicilinas duelen.
–¿Ya te han
quemado?.
–No, pero más vale
prevenir que lamentar.
–¡Carajo!, tengo
preservativos hasta por gusto. Vamos, entra.
No había más, entre
el dilema de entrar y no entrar resulté adentro, me sentía perdido, pero ya
estaba ahí, a lo mejor podría suceder, sería mi noche de estreno, a mis
veintiocho años, tardío a mi entender, mejor tarde que nunca, ¡carajo!. El tipo
cerró la puerta, “siéntate, ponte cómodo”, y se dirigió al equipo de sonido,
“tabaco y ron...tabaco y ron”, sonaba la canción.

La habitación estaba decorada
con tres grandes espejos ubicados en las paredes que no contenían la amplia
ventana que daba a la calle, pósteres pegados por doquier, de hombres y mujeres
semidesnudos, resaltaban los físicos culturistas del momento. Pósteres de
toreros, estrellas de cine, vaqueros y cantantes. Pero también estaba el de la tele nacional,
del programa Trampolín a la Fama, y el líder del Partido Revolucionario
Americano. La habitación se veía bien
cuidada y a todo lujo, muebles de madera con asientos aterciopelados,
esquineros con vistosos jarrones de loza, bar en una de las esquinas. Me quedé
sorprendido. ¿Y las hembras?. El tipo sirvió algo de licor en dos vasos, ¿Con
hielo o con soda?, con hielo, le respondí. Se acercó, me entregó el mío, y
¡salud!.¿Las mujeres?. Por toda respuesta el tipo desapareció por el fondo,
y, “¡sorpresaaa!”, salieron exclamando
del mismo lugar cuatro mujeres elegantemente vestidas, con aires de burdel, se
sirvieron licor y empezamos a brindar. Pero confusión mía, conforme las iba
tratando descubría algo raro en sus voces, no eran voces femeninas, qué iban a
ser, fui saliendo poco a poco de mi asombro. El tipo había llevado maricas,
empecé a incomodarme, ¿qué broma era aquella, que el supuesto amigo quiso
jugarme?. Pero ya pues, quién me iba a brindar una juerga gratis con mujeres de
verdad. Seguíamos bebiendo y las locas me acoquinaban con sus desmanes respecto
al sexo: Apuesto a que estás aguantado, te saco toda la leche que tienes, desde
los sesos, nadie te ha dado una chupada como las que te vamos a dar, somos
mejores que las hipócritas mujeres que están que se mueren por su guevo y dicen
que no, te hacemos de todo, chac, chac, chac, ¡qué rico!, no seas cojudo,
estudiosito de mierda, por último si quieres, si no que mierda, nosotras nos
vamos de parranda.
El tipo, que me
invitó, salió por fin de su dormitorio, o del baño, no sé, y los cabros se
despidieron, “chau querida, nos llamas para recogerte”. ¿Querida?, ¿él, cabro?,
no parece, están bromeando. Me quedé con el hombre...
–¡Provecho,
Humbertito!, cómo se portó.
–Todo un caballero.
–¡Oye pendejo de
mierda!, ¿qué clase de broma es ésta?.
–Normal nomás
compadre, ¿de qué te sorprendes?.
–Los cabros me
apestan.
–Suave con lo que
dices, son seres humanos como cualquiera, es más, mejor que cualquiera, digo
yo.
–Dices tú, pero yo,
soy yo.
–Discúlpame, ¡ah!,
pero tú no eres más que un pobre estudiante, que no sabe aprovechar la
oportunidad, a mí no me engañas, ¡oye!.
–Te equivocas,
provengo de una familia decente y nunca me falta nada.
–Pobre pero
decente, qué güevón.
–Como quieras, pero
me siento bien así.
–Hay muchos
estudiantes que se ingenian viviendo a costillas de un marica.
–Muchos, pero yo
no.
–Bueno pero no te
molestes, aquí no ha pasado nada, somos amigos, ¿no?, sigamos tomando pues
entonces.
–¡Qué mierda!,
¡salud!,
–Por ellas, aunque
mal paguen.
–¿Qué ellas?, si a
ti te gustan los cabros.
–Los cabros son más
importantes que las hembras.
–Para ti serán.

–Imagínate una
hembra sin arreglarse, ¡puf!, más fea que la mierda, peor si no tiene culo, ni
senos. De otro lado imagínate un hombre, cualquiera que conozcas, pero no un
abollado de esos que más tiran para chatarra. Imagínate uno más o menos
pasable, con un poco de maquillaje tienes una hembraza, buen culo, buenas
piernas, los senos son lo de menos, para qué están los postizos.
–No me hagas reír,
compadre.
–Si quieres te
arreglo, te miras en el espejo, y te enamoras de ti mismo.
–¡Chucha!, ¿eres
peinador?.
–Qué importa si lo
soy o no, no es un delito, ¿no?. Podría decirte que soy universitario. Igualito
es.
–Pero te gustan los
cabros, ¿sí o no?.
–Otra vez con la
misma tonada, mira compadre, los cabros, como tú los llamas, son más emprendedores que los hombres, consiguen el éxito, a pesar que la sociedad los
margina, se sobreponen y triunfan, son íntegros, leales no sólo con los demás,
también con su pareja. En cambio los hombres, por lo general, se quedan
esperando que alguien los ayude, o que llegue la oportunidad del cielo. Andan
por ahí mintiendo a las mujeres para poder conquistarlas, no son fieles con
ellas, cuando tienen la oportunidad las traicionan.
–Sabes mucho de
cabros.
–Son mis amigos,
mis mejores amigos.
–Y talvez tus
amantes. No conoces a las mujeres, que si las conocieras, opinarías muy bien de
ellas.
–¿Tú, sí las
conoces?.
–Lo suficiente.
–Cállate mejor,
oye, ni siquiera tienes enamorada.
–No sólo una, tengo
varias.
–A mí no me
engañas, patita.
–Ni tú a mí, sólo
sabes de cabros.
–Estuve casado,
para que lo sepas.
–¡Con un cabro!.

–No te pases, los
cabros no pueden casarse, la sociedad los margina. Estuve casado con una mujer.
Y la dejé.
–¡La abandonaste!.
–Sí, no la quería,
me casé porque mis padres me obligaron.
–Que felicidad la
tuya, en cambio yo.
–Cásate pue
compadre, fácil es casarse.
–Sería un duro
golpe para los míos, además estoy estudiando.
–Y necesitas
dinero.
–Sí, claro.
–¿No te molestas si
te digo algo?.
–Porqué debería
molestarme.
–Yo puedo darte el
dinero que necesitas.
–No podría
devolverte, además no me gusta contraer deudas.
–No tienes que
devolvérmelo. ¿Somos amigos, no?.
–Sí, claro, pero
porqué quieres hacerlo.
–Sencillamente
porque vengo de una familia muy pobre.
–Si vienes de una
familia muy pobre, porqué te hicieron casar, casarse significa mayores
compromisos económicos.
–No lo entenderías.
–Está bien que no
tenga experiencia en matrimonios, pero si me cuentas lo entendería.
–¿Prometes
escucharme?.
–Prometo.

–Mi madre tenía
catorce años cuando fue seducida por un viejo chofer de camión, allá en las
minas de la sierra, según mi madre, el hombre la violó y nací yo, luego mi
madre se casó y mi padrastro me trataba muy mal, los obreros me llevaban con
ellos, un día uno de ellos me violó, crecí con aquel recuerdo. Mi madre y mi
padrastro notaron algún trauma en mí que obligaron a casarme. No me gustó, y me
aparté de mi mujer.
–¿Cuántos años
tenías cuando te violaron?.
–Doce.
–¿Y no pudiste
defenderte?.
–Talvez no quise
defenderme, talvez lo deseaba.
–¿Cómo?, ¿marica
tú?.
–No sabía si era
marica o no, sólo me dejaba arrastrar, llevar porque me sentía bien. Pero ellos
si lo sabían, por eso me obligaron a contraer matrimonio, lo venían preparando
desde mis catorce años y a los dieciocho lo lograron. Se sentían avergonzados
de mí.
–Talvez tu
padrastro, no creo que tu madre.
–Qué importa, pero
ella lo sabía y jamás me lo dijo, ¡ella sabía mi debilidad y no me lo dijo!.
Después que me separé me fui a la capital a vivir con mi abuela materna, muchos
años que ella vivía allá. Me vinculé con muchos de mi naturaleza, y por fin
empezaba a ser feliz, pero con ellos, con los demás ¡uff!, marica para acá,
marica para allá, ¡por mi madre que me resultaba muy difícil!, especialmente
difícil cuando compartía con mi familia, ¡qué bochorno!.
–¿No te buscó tu
mujer?.
–No, yo le confesé
mi debilidad.
–Qué te dijo
después que le confesaste.
–Aguántate. La
noche de bodas, en un hotel de una ciudad cercana, ella empezó a besarme, yo le
seguía la corriente, hasta la desvestí. Cuando ella cayó en la cama, no pude
aguantar la curiosidad de examinar su conchita, estaba ahí selladita, me quedé
observándola y me dijo soy virgen. Sí, ya lo sé, respondí mirándole tiernamente
a los ojos.
–Cómo sabías que
estaba selladita.

–Un obrero que
salía conmigo conversaba mucho de mujeres, de las choclonas y las vírgenes,
teníamos mucha confianza. Decía que las choclonas tenían una horrible concha,
algo así como la flor cartucho marchitada, y las vírgenes una divina conchita
difícil de describir, pero con algo blanquecino ahí, como sello de garantía. Tú
también debes saber. ¿Cuántos pitos te has comido?.
–¡Carajo!, nada,
puro choclonas.
–¡Carajo, y yo
nada!.
–Como, ¿y tu
mujer?.
–Solamente la
examiné, no tenía ganas, estaba inhibido. Empecé a sentir pena por ella, se
había guardado para mí y muy ilusionada se casó de blanco. No podía arrancar mi
confesión, así que le dije que la quería, y ella prorrumpió en llanto. Mira,
discúlpame, no es que no te quiera, sí te quiero y con todo mi corazón,
solamente que no debo, mejor dicho no puedo, no puedo hacerte mía ni debo
esforzarme por conseguirlo. Perdóname, he sido un cobarde por seguirles la
corriente, a ti y a mis padres, la
verdad es que yo tengo otras aspiraciones, digo otros gustos, difícil es
decirte, pero, qué me queda. ¡Amo a un hombre!.
–Qué dijo ella.

–No lograba
entenderme, seguía sollozando. Era tan inocente aquella criatura, y a sus
diecisiete primaverales añitos.
–Bien dicen, que a
los tontos se les aparecen las vírgenes.
–Déjate te
tonterías, oye. No te burles. Estoy hablando en serio.
–Discúlpame.
–Le pedí que se
vistiera, toda la noche le hablé de las cosas de la vida, y de los diversos
gustos o inclinaciones sexuales, la convencí para que al regresar le contara
toda la verdad a sus padres. Y apenas llegamos, yo partí. No me importó nada,
solamente partí sin más explicaciones.
El marica se quitó
las gafas, estaba llorando, con lágrimas continuas y suspiros intermitentes,
sinceramente debo decir que quise desatarme en risas, pero conforme las
contenía mi estado de animo iba cambiando, no creo que a la nostalgia, más bien
a la reflexión. Tanto asco me daban los maricas, pero aquel llanto me llegó a
impresionar.
No sé cuánto tiempo demoró para cesar de llorar, yo solamente lo
contemplaba en silencio. Luego cogió su copa y la vació de un sorbo...Empezó a
sonreír al mirarme, y sólo se me ocurrió decir:
–El mundo está
vestido de todo, mi querido amigo. La vida continúa.
–Tienes razón, la
vida continúa. Es por eso que te he traído.
–Bueno pues, no
salió la diversión. Comprende, no soportaba a tus amigos.
–Eso me gustó
mucho. Mira, yo desaparecí para cambiarme, pero no aguanté la curiosidad, y me
quedé escuchando.
–Bien mandados son
tus amigos, ¡ah!.
–Así se ponen
cuando se transforman. Nos ponemos.
–Bien entonces, la
vida continúa, y yo tengo que estudiar.
–Nada de eso
papito, aún hay más.
–Otro matrimonio
frustrado.
–No, cómo te
explico. Te dije que te había traído porque la vida continúa.
–Sí, claro.
–Lo que pasa es...
–Qué es, suéltalo
nomás con confianza, soy tu amigo.
–Lo que pasa es que
estoy enamorada.
–Qué bien, te
felicito.
–¿Sí?, ¿me
felicitas?.
–Por supuesto, la
vida continúa, me alegro por ti.
–Por los dos, por
ti también.
–¿Por mí?.
–Por ti pues, tu
vida va a cambiar.
–No entiendo.
–¿Sabes?. No sé
como decirte, tengo miedo que no suceda, tengo miedo a sufrir, la soledad me
mata, tengo muchos amigos y en muy buena posición, pero así es la vida...
¿sabes?, ¡estoy enamorada de ti, entiéndelo!.
Me clavó la mirada,
una mirada suplicante en medio de aquellos cabellos largos deliberadamente
caídos hacia delante. Una mirada como aquella que me daba mi perrito cuando
quería un trozo de pan, ahí paradito y meneando la cola, pero también se
semejaba a las que dan los niños de la calle cuando suplican por una limosna.
Así se quedó aquel hombre que inspiraba compasión, talvez así nos quedamos los
hombres cuando declaramos nuestro amor a una mujer. Luego cruzó las piernas y
sobre ellas las manos, huesudas grandes y toscas, echó el trasero hacia atrás y
curvó el espinazo hasta el extremo, inclinándolo al costado derecho. Y ahí
pues, su mirada esperaba ansiosa una respuesta...
¡Carajo!, me quedé
cojudo, no sabía que hacer. Talvez salir corriendo de aquel embrollo en que
resulté envuelto. Pero qué, no sólo sentía asco por los maricas, también los
tenía miedo, sabía que eran decididos y vengativos, me seguiría con una
pistola, o con un puñal, podría gritar que estaba siendo asaltado, y en su
propia casa. El mundo se me venía encima, qué dirán los de mi entorno si llegan
a enterase de esto. Responder como las mujeres, “voy a pensarlo”, talvez en los
homosexuales no resultaría, decir que sí y no volver jamás a verlo, me
resultaba incómodo, el tipo querría pasar la noche conmigo, ¡uf!, no quería ni
siquiera imaginar aquel bochorno, decir que sí significaba que por lo menos se
me mandaría con un repugnante beso. ¡Aggg!. Por fin.
–Antes quiero verte
vestido de mujer. ¿sabes bailar?. Quiero verte bailar, algo así como la danza
de los siete velos, tienes que esmerarte, claro que no sé si pueda complacerte.
Pero primero quiero verte vestida de gala.
–Papito, tengo el
mejor de los vestidos, espérame. Sírvete más trago si quieres.

El marica se fue
tarareando una alegre canción. Había logrado mi estratagema, me dirigí a la
puerta, pero estaba con llave. ¡Carajo!, en qué momento lo hizo, no me percaté.
La ventana, sí, la ventana, ¡chucha madre!. La que daba a la calle, rompería
los vidrios de ser necesario. Corrí el cerrojo y me descolgué por ella, caí
sentado, carajo, pero qué mierda, en mi desesperación no sentí dolor. Fui hasta
mi cuarto, y sin encender la luz me puse a observar. Hasta que apareció el
marica, una hembra, una gran hembra, se veía ahí arriba, vestida de negro y una
cabellera rubia, centelleante como noche de burdel, que le llegaba hasta más abajo de los hombros
. Sacaba la cabeza, miraba a uno y otro lado, y de vez en cuando su mirada se
clavaba en la ventana de mi cuarto. Después desapareció, buen tiempo me quedé
observando, y por fin apagó la luz, exhalé aliviado, pero me mantuve pendiente
de lo que podría suceder; luego apareció abajo, junto a la pequeña reja, la
abrió, estaba vestido de hombre con un maletín en la mano, se marchó rumbo a la
avenida principal. La tranquilidad retornó a mí, y me acosté.
Por varios días no
apareció por el lugar, la zozobra se apoderó de mí, algo así como si yo tuviera
alguna culpa, deseaba con todas mis fuerzas que aquel incidente se borrara de
mí, deseaba que el tipo no regresara, mejor si estuviera muerto. Pobrecito,
mejor que no le haya pasado nada malo. Qué contrariedad. Por último quería
largarme sin rumbo conocido, no era justo que me asediaran sexualmente tipos de
tal calaña, primero Rocucho, luego Raúl, después el del bus y ahora éste que
vive al frente, mejor, carajo, si se ha muerto el maricón de mierda, pero no
fue así. Una noche, cuando regresaba de
la Universidad, pude verle pegado a su ventana vestido de mujer, con la misma
indumentaria de aquella otra noche, y con la música romántica a medio volumen.
No pude estudiar ni dormir, no sé hasta que hora se quedó, preferí ignorar,
debería sobreponerme.

El incidente se repitió una noche muy cercana, y en
adelante a menudo lo hacía, yo llegaba y él ahí, vestido de mujer, y la música.
El tipo me estaba dando muestras de su perseverancia, de su lealtad, de todo lo
que había hablado. Para buena suerte mía jamás llegamos a cruzarnos en el
camino, así pasó cerca de un año.
Y una madrugada del
domingo, alguien tocaba delicadamente mi puerta por largo rato, algo de media
hora, cesaron los toques, y haciendo a un lado la cortina de la ventana,
observé. Él estaba ahí tirado en el
pequeño jardín del frontis, con aquel vestido de aquella noche, rubia cabellera
y botas, negras eran ellas, se podían percibir perfectamente. Se escuchaba
llanto y quejidos, mas yo no me animaba a salir. Ya a la alborada, se recogió a
su departamento. Aquel día llegué temprano a mi cuarto, sumido en mis temores,
tenía miedo que el tipo me esperara muy cerca y de noche; cuando llegué, un
camión de mudanzas se disponía a partir. El hombre se marchó, talvez sería la
última vez que lo hacía, o talvez no. Quién sabe.
En cierto modo, me
sentía culpable de su desdicha, quizá tenía algún atractivo que me hacía
interesante para el gusto de los homosexuales, ésta sería mi única culpa. Sólo
me quedó reflexionar sobre la naturaleza de aquellos seres que no tienen la
culpa de haber nacido así. Entonces dejé de sentir asco por ellos y empecé a
comprenderlos, y esperaba que todos los comprendieran, que no los marginaran
como hasta entonces lo había hecho yo. Talvez ellos son el pueblo escogido por
Dios, los buenos de la película, los que no procrean, porque, para qué procrear
seres que destruyen lo que está construido, seres que se matan los unos a los
otros, mejor dicho para qué procrear basura. Qué difícil debe ser para ellos
sobreponerse y seguir adelante en medio de una sociedad que los mira como una
lacra, se los arroja más allá de la permisión de Dios. La verdad es que no
entiendo el mundo cristiano, adorar a la nada y rechazar a los semejantes. Aquí
sólo hay lugar para dos interrogantes: ¿O yo estoy cojudo, o ellos lo están?.
¿Existirán sacerdotes homosexuales?, ¿o serán divinos, dignos de Dios, y
escogidos por él, por lo tanto partícipes del cielo y dueños de la naturaleza
de las criaturas de la tierra?.
...su mirada
esperaba ansiosa una respuesta. Sus palabras entrecortadas difícilmente se
desataban en un continuo ¿soy yo culpable de lo que me pasa?, qué culpa tengo
de haber nacido así, a qué imagen y semejanza me hizo Dios, quién es el patrón
espiritual de seres como yo, debo recurrir a él, debo pedirle me ayude en esta
difícil tarea de vivir. No me entiendes, cómo puedes entender tú a un ser como
yo. Cuando me siento hombre declaro mi amor a la persona amada, pero pronto
llegan a mí los sentimientos de mujer y espero paciente que me digan que me
aman. Cuando me siento hombre defiendo valientemente a mi pareja, mas cuando me
siento mujer me complace sobremanera que me sometan a la fuerza y me hagan
sentir una indefensa criatura, completamente dependiente de la persona que amo.
Cuando me siento hombre arremeto con fuerza contra las vicisitudes de la vida,
mas pronto me siento mujer y las soporto con resignación. Cuando me siento
hombre me entrego sin medidas al placer, mas pronto me siento mujer y vanamente
espero un hijo de aquella entrega. Cuando me siento hombre imploro a Dios y
cuando me siento mujer también, mas cuando me siento los dos me encuentro muy
solo y detesto al Dios del hombre y la mujer, y busco uno a mi imagen y
semejanza, y no lo encuentro, y maldigo su inexistencia.
–No repitas lo que
dijo, no blasfemes, o no tendrás perdón de Dios.
–Por ahora,
desconozco esa palabra.
–¿Porqué tienes que
expresarte a favor de los homosexuales, no será que eres uno de ellos?.
–Talvez, ni yo
mismo me doy cuenta, quizá ando bien camuflado en mi apariencia de hombre y muy
circunscrito a las normas sociales de conducta. ¿Tú qué opinas?.
–Que dichos seres
padecen una enfermedad, que merecen tratamiento especializado y pasar el resto
de sus días como seres normales.
–A mi entender son
seres de una naturaleza especial, una naturaleza intermedia entre lo masculino
y lo femenino, pero una naturaleza que oscila entre los dos extremos.
–No tienes ninguna
autoridad, ningún fundamento científico para opinar al respecto.
–Ya que tú tienes,
autoridad y fundamento, defínelo a tu manera y publicítalo para que te crean.
–Cada cosa en su
lugar, yo no podría opinar acerca de lo que tú conoces.
–Hay quines conocen
por experiencia y otros por experiencias ajenas.
–¿O sea que tú lo
dices por experiencia propia?.
–Solamente he
observado el comportamiento de otros, tal es mi fundamento.
–Te falta enterarte
de los conocimientos científicos.
–Puedo entender que
te consideras científico, pero de otro lado eres religioso.
–La ciencia acepta
a los homosexuales como casos que merecen tratamiento, y a esto estamos
encaminados los médicos, para hacerlos aceptables a la religión.
–¿Tan poderosa es
la religión?.
–Es la salvación del
alma.
–Mientras más
inmorales somos, más nos pegamos a ella.
–No siempre, hay
gente limpia por naturaleza, que cree que su comportamiento es un don divino, y
se convierte en fiel servidor de Dios.
–Creo que sí.
...
–¿Si volviera a
buscarte, qué harías?.
–Le diría que se
marche, que no estoy para lo que él pretende.
–¿Y si no se
marcha, y sigue porfiando?.
–Lo haría entender,
hasta le suplicaría, y si no lo hace, le obligaría por la fuerza.
–Son obsesionados,
dijiste, talvez te busque.
–No llegará hasta este
pueblo miserable.
–Al contrario, este
ambiente deprimente es propicio para que él llegue hasta ti, puede que siempre
haya estado tras tus pasos, pendiente de tu destino.
–¡A la mierda!,
compadre, no soy mostacero. ¿Tú crees que la soledad haría que me comprometa
sentimentalmente con un marica?.
–Rocucho y Raúl,
tus primos, son homosexuales.
–Y a mí, qué.
–Que talvez lo
pasaste bien con ellos, y dices lo contrario.
–Te los presentaré,
de ser necesario, para que tú mismo converses con ellos.
–Como médico, me
interesan.
–Puedes convertir
mi casa en tu consultorio, si quieres.
–Aquí no aguanto ni
veinticuatro horas, nada comparable con la ciudad. Mejor brindemos por la
soledad. ¡Salud!.
–Bien, y también
por los homosexuales. ¡Salud!.
–¿Estás seguro que
no lo volviste a ver?.
–Quién sabe, talvez
se cortó el pelo, cambió los anteojos por lentes de contacto, quién sabe.
–Talvez haya
conocido a Nadia, y fue él quien la convenció para que sentimentalmente se
alejara de ti.
–¡Carajo!, de
repente, compadre, los maricas de mierda son muy vengativos.
–Y más, todavía, si
están enamorados.
–Puedo hablar con
Nadia, y salir de dudas.
–¿Para qué?.
–Para salir de la
intriga.
Por: Walter Elías Álvarez Bocanegra