martes, 6 de septiembre de 2016

Allá en Chimbote

Allá en El Puerto, enclavado en el extremo noroeste del departamento de Ancash, en una de las empresas de la acogedora bahía laboraba José. Se sabe que aún es el puerto pesquero más importante del País , y en su apogeo contó con empresas industriales, como siderurgia, astilleros,  procesadoras de harina de pescado, envasadoras de pescado, fundiciones y otras conexas, y donde hay industrias hay comercio  y diversión por doquier, de toda laya. Un olor a quemado, penetrante y molestoso, exhalaban las chimeneas sin filtros de las procesadoras de harina. Y a mucho orgullo, cuando El Puerto apesta, también apesta el dinero. La máxima contaminación llegaba de la siderurgia, a través de los tiros de desfogue o chimeneas sin filtros de las diferentes plantas: reducción directa, alto horno, hornos de cal, hornos eléctricos  y convertidores de acero. Gases y polvo  se despedían al ambiente, como evidencia de abundancia de dinero; los desechos químicos que fluían al océano también eran de riesgo, libres entraban a la mar para arrasar con la vida que a su paso se presentaba. Los estándares permisibles de contaminantes sólo existían en papeles, encarpetados en el Ministerio de Industria. El Consejo Nacional del Medio Ambiente, novato y comodón, y la Contraloría General de la República, manoseada y decrépita, se dejaban notar únicamente por el membrete de sus comunicaciones. Los pobladores destacaban por padecer enfermedades alérgicas, de piel y respiratorias,  pero qué importaba si estar en El Puerto significaba dinero, y prestigio, y respeto. Y diversión, y mujeres, y trago.

Dado el apogeo y el renombre del que gozaba El Puerto, se hizo tradición que las mocitas hermosas, desde la pubertad, fueran instigadas por sus madres a conquistar trabajadores estables de las empresas para casarlos, para lo cual se hacía necesario que las candidatas estudiaran previamente secretariado. Secretarias se necesitaban por doquier, los mismos trabajadores de las empresas montaban oficinas privadas para contratarlas y seducirlas para esposas o amantes, después de logrado el cometido cerraban los despachos, y así sucesivamente se repetían los acontecimientos.

No pocas respetables y bien parecidas damas, cobraban derechos de manutención por los hijos que procrearon hasta con tres incautos trabajadores, y como los salarios solían ser buenos, las señoronas se daban la gran vida tratando de atrapar a otros. Las empresas de entonces habilitaron una ventanilla especial y destinaron un día particular para pagar derechos de alimentos, que eran descontados por planilla, en salvaguarda de la integridad de los inocentes niños y sus sacrificadas madres.



Por: Walter Elías Álvarez Bocanegra

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