Estaba allá, al
otro extremo del salón de recepciones del restaurante Los Pinos, tenía todas las
facciones de aquella chica que tuve en Lima, en la casa pensión de mi prima.

–Me llamo Verónica.
–Humberto, Beto,
para ti.
–Está buena la
fiesta.
–La fiesta no
valdría nada si no estuvieras tú.
–Romántico, el
último romántico.
–¿Una soda?.
–Mejor una cerveza,
¡hombre!.
–Bien, me moría por
una.
–¿Una nomás?, ¿a
qué te dedicas?.
–Estudio en la
Universidad.
–Con razón.
Misionero.
–...
–No, no me hagas
caso, es una broma.
Bebimos muchas
cervezas y luego resultamos bailando, y bebiendo, pasábamos por desapercibidas
las danzas folklóricas. Como dije, la chica me recordaba a alguien pero no a
Nadia, a la que de verdad amaba. Verónica se puso romántica, en cada baile se
pegaba más y más a mí, mis manos recorrían su espalda algo huesuda que a simple
vista no se notaba porque la ropa que llevaba la disimulaba muy bien,
adormecido por el licor no podía percibir si las piernas me temblaban como
solía sucederme con otras chicas. Olvidé el motivo por el que me encontraba
ahí, había ido al agasajo del Ministro, el único que ha tenido este pueblo,
quería congratularme con él, qué Ministro ni qué nada, la flaca estaba
regalada. Después resultamos besándonos, mientras el Ministro bromeaba con toda
la paisanada.

Disimuladamente nos apartamos de aquella reunión social y marchamos
rumbo a la mejor discoteca. Allá, afuera, me invitó a subir a un auto que
esperaba por ella, “es mi carro”, ¡carajo!, Toyota del año, y con chofer
incluido, se alimentó mi ego, nada comparable a los dos autos viejitos de
Nadia.
Ya en la discoteca la desmedida borrachera, y los agarres, nada de
timidez en mí, mi hora de sentirme bien hombre había llegado, así lo percibía.
De la discoteca al restaurante, a uno de los especializados que atendía en las
madrugadas, caldo de gallina ¡caramba!. Estaba en mi salsa, como suelen decir,
claro, cómo no, ella pagaba todas las cuentas. Dejamos al chofer en su vivienda
y ella cogió el volante, y recorrimos como locos toda la ciudad de Chimbote con
la música a todo volumen. En la madrugada estacionó el auto junto a su casa.
–¡Pucha cholo!, me
gustas, ¡ah!.
–Y tú también.
–¿Cuándo viajas?.
–Ahora mismo, es
lunes, tú sabes, las clases.
–Comprendo.
–Hermoso auto, ¿es
tuyo?.
–¿Y de quién más va
a ser?. Soy empresaria.
–...
–Y de aquí, ¿cuándo
nos volvemos a ver?.
–Yo te busco.
–Está bien, anota
mi teléfono. Y dame el tuyo.
–Vivo en cuarto de
alquiler.
–¿El dueño de la
casa no tiene teléfono?, anótame tu dirección.
–Bien,... Aquí
tienes, dirección y teléfono.
Y la próxima
semana, el sábado por la noche, encontré el mensaje telefónico, ella me
esperaba allá en el Hotel Turismo de Trujillo. Me arreglé con la mejor
vestimenta que tenía y fui pues, por ella. Fumé un cigarrillo antes de entrar,
para darme valor, para adormecerme mejor dicho. Pacientemente me esperaba en el
cuarto, viendo la tele, acompañada de una señora algo cincuentona, me la
presentó, se trataba de su madre. Conversamos de muchas cosas, de aquellas
simples de la vida, “tengo que irme”, dijo la madre, y nos dejó solos. Me senté
a su lado y nos besamos, no pude disimular mi tembladera, para suerte mía ella
se levantó y tomó el fono para ordenar cervezas, cigarrillos y emparedados. Me
fui calmando, poco a poco, mientras tratábamos de revivir la noche de la semana
pasada. Por fin las cervezas y con ellas la desinhibición, los besos y los
toques.
–Hay que bañarnos.
–¿Juntos?.
–Yo primero, para
luego ponerme sexi, para ti.
Ingresó a la ducha,
me quedé ahí pensando en la forma de cómo sería mi primera vez... La verdad es
que ya no quiero contarte, no sé, me incomoda entrar en el mundo privado de
Verónica, o me avergüenza mi inocencia pasada antes de conocerla. Cuando
recuerdo aquella escena ni yo mismo lo creo, tantos años había sufrido tratando
de penetrar a una mujer y aquella noche me resultó todo tan fácil, y ni siquiera
la busqué...
–Tómate un trago y
no te avergüences, soy tu amigo, ¿no?. Además soy médico.
–Ojalá todos los
médicos fueran amigos.

Salió de la ducha
en bata negra, insinuantemente algo abierta. En seguida ingresé, y después de
ducharme salí vestido como había entrado. ¡Qué cojudo!. ¿No?, pero no creas,
hay peores cojudos que yo por ahí, pero nunca lo dirán. Bien pues, se acercó a
mí y empezamos a besarnos, la bata se abrió completamente y disimuladamente la
dejó caer. Cayó de espaldas en la cama, se abrió de piernas y ordenó:
–¡Desvístete!, ahí
parado como estás para que pueda verte, poco a poco.
–Mejor apagamos la
luz.
–Éste es un caso de
amor, quiero conocerte todo.
Así sucedió, menos
mal que había visto algunas películas con escenas semejantes y ellas me
ayudaron. Pero conforme me desvestía la erección disminuía, otra vez se
repetiría mi problema, ¡carajo, qué dificultad!. Al quitarme la trusa, ¿qué pasó?, yo lo sentí bien parado, así
estaba pues pero no puedo explicar porqué se me bajó. Talvez se apoderó de mí
el miedo, el de siempre, o la nada costumbre de estar desnudo con el miembro
erecto frente a una mujer.
–Ven, échate sobre
mí.
Lo hice y empezamos
a besarnos, más abajo, más abajo, el cuello, los senos el ombligo, ¡todo,
todo!, pedía. Fui bajando por aquella montaña conforme lo había visto en las
películas. Y ¡OH!, ¡milagro!, la erección se ponía en su punto. Llegué a su
propio sexo y me detuve a observar. ¡Bésalo, bésalo!, repetía, no hice caso y
subí hasta su boca. Mas ella cogió mi miembro y lo introdujo en su abrigada y
húmeda caverna. Lo había logrado, felicidad sin igual hasta entonces, delirio,
y en medio de todo, agradecimientos a Dios. Fue hermosamente indescriptible,
con sus manos deslizándose por mis espaldas y todo eso que tú talvez hayas
experimentado y que está demás detallar. Y después del máximo placer, lo
repetimos una y otra vez. Llegaban a mí los episodios frustrados de mi pasado,
me encontraba tomando revancha de todo aquello, hasta quedar exhausto.
–Mi mamá quería
conocerte, y por eso ha venido.
–Me cae bien la
señora, es una suegra comprensiva, liberada.
–Lo único que ella
quiere es mi felicidad, porque teme que me vuelva a equivocar.
–¿Estuviste muy
enamorada?.
–Lo entregué todo
por amor, y se fue para no regresar. Me gustaba demasiado, era muy bien
parecido, y culto. Cuando estaba con él fui la envidia de todas mis amigas y de
las viejas chismosas del barrio.
–¿Qué fue de él?.
–Se fue para
Brasil, me escribió, le contesté, le volví escribir, creo que tres cartas más,
pero sin respuesta alguna. Me deprimí demasiado, pero traté de sobreponerme
manteniéndome ocupada, y así sin darme cuenta resulté haciéndome empresaria.
–Pero ahora, lo que
importa es que estamos juntos.
–Sí mi amor, Dios
tarda pero no olvida. No quiero perderte. Dime que me amas.
–Te amo, qué
importa el pasado.
–El pasado queda
atrás, sólo espero que estés libre, sin compromiso. Dime que es cierto.
–No tan libre, te
pertenezco en cuerpo y alma.
–Nos casaremos,
será un gran matrimonio, ya lo verás, ¿para qué trabajo día y noche?. Es mi
ilusión, para taparles la boca a todos los que se rieron de mí.
Cuando me habló de
matrimonio algo tenebroso apareció en mí, algo como un cerco, que me sometía
entre tinieblas. Recién había incursionado en los deleites del sexo y ahí me
quedaría, me daba la impresión de que había caído en una trampa que por años
había buscado. En verdad la idea de matrimonio me aterraba, si llegaba al
matrimonio lo haría con Nadia, a ella la concebía diferente, porqué no decir
que virginal. Y ya estaba casi preparado para ir a buscarla. Y Verónica ahí con
sus sueños, me dolía defraudarla. Importaba mucho aquella relación con
Verónica, me convenía mejor dicho, seguiría practicando el sexo con ella hasta
convertirme en un experimentado amante.
Convenimos en
vernos los sábados por la noche en el mismo hotel hasta concluir mis estudios,
faltaba poco para lograrlo, cursaba el último ciclo. La semana siguiente la
pasé pensando en lo hermoso que me había sucedido, que las clases en la
Universidad ocuparon segundo plano. Por fin llegó el sábado, y con él el
placer, entramos en confianza y bromeábamos examinando nuestros cuerpos. Y la
tarde del sábado siguiente, a eso de las cinco, mientras paseaba por el centro
de la ciudad, relajado y feliz esperando la noche para amar, Verónica
acompañada de su madre ingresaban a un consultorio médico, psiquiátrico para
ser más preciso. Quise correr tras ella, la emoción de verla me embargaba, amor
aquí estoy, esperándote, te extraño demasiado, te necesito, te amo, aunque no
tengo nada que darte. El no tener dinero para invitar a la suegra,
especialmente, hizo que me contuviera, y desaparecí del lugar para reaparecer
por la noche en el hotel, total ahí la encontraría.
Y así pues, aquella noche comimos y bebimos en el restaurante del hotel, y después a las discotecas más cotizadas del lugar, por ahí no estaría Nadia, no le gustaba frecuentar aquellos ambientes. En la madrugada regresamos a lo nuestro, tenía la impresión de que ambos tomábamos revancha del tiempo perdido.

Y así pues, aquella noche comimos y bebimos en el restaurante del hotel, y después a las discotecas más cotizadas del lugar, por ahí no estaría Nadia, no le gustaba frecuentar aquellos ambientes. En la madrugada regresamos a lo nuestro, tenía la impresión de que ambos tomábamos revancha del tiempo perdido.

–Mi madre me
regalará el vestido de bodas, dos, uno para la iglesia y el otro para el baile.
–Tu madre te quiere
mucho, ¿verdad?.
–Sólo quiere que
sea feliz con el hombre que amo.
–Te quiere tanto
que viene a dejarte.
–¿Cómo sabes?.
–Las he visto
juntas ayer por la tarde.
–Ella me cuida para
ti.
–¿No sabe lo del
tipo que se fue para Brasil?.
–Sí, pero no sabe
que fui de él.
–¿Y el vestido de
bodas es blanco?.
–Es la ilusión de
mi madre, hay que darle el gusto. Lo que importa es que te amo, para mí ha sido
como si fuera la primera vez.
–Para mí, también.
–¡Te amo, mi amor!.
–¿Qué hacían en el
psiquiatra?.
–¡Ah, bandido!, nos
has estado espiando.
–Para que veas que
te amo.
–El doctor es amigo
de mi madre, y no te llame la atención, siempre iremos a visitarlo. Claro que
también aprovechamos para hacer alguna consultita. ¡Ah!, y te vamos a
presentar, iremos juntos. Además es bueno ir al médico de vez en cuando. ¿Tú lo
haces?.
–No.
–¡Oye, tienes que
ir al médico!, ahora más que nunca, de repente estás enfermo de algo, y yo ya
me entregué a ti.
–Ha sido por amor,
¿no?. El amor lo supera todo.
–Está bien, mi
amor, ya sucedió, pero prométeme que después iremos.
–Iremos.
La idea del
matrimonio se ponía fea para mí, no me gustaba. Antes que lograra hacer el amor
estaba dispuesto a prometer matrimonio a una chica del burdel, y no sólo de
prometer, llegar a casarme con ella con tal de lograr mi objetivo, dicen que
las muchachitas una vez casadas se desempeñan muy bien como esposas, son muy
fieles, acordes a los principios morales, pero con tantos kilómetros de
recorrido quién podría aceptar semejante idea. Bueno pues, pero yo, era capaz
de realizarla, con tal de sentirme bien macho, ¡qué carajo!, no puedo
ocultarlo. Verónica con su obsesión por el matrimonio, el vestido blanco y el médico,
armó una confusión dentro de mi cerebro. La siguiente semana madre e hija
volvieron a visitar al facultativo, pero como de costumbre, la madre se
marchaba dejándonos solos.

Repentinamente llegaron y se apoderaron de mí los
celos, celos de macho, del que quiere a su hembra absolutamente para él, que
nadie se atreva ni siquiera a mirarla, talvez allá en el puerto donde vivía
alguien más andaba tras de ella, y porqué no con semejante carro que se
prestaba para hacer el amor ahí dentro, y con la plata que se manejaba. No
confiaba en ella, la manera como llegó a mí aumentaba mi desconfianza. Así que
la siguiente semana llegué hasta su casa, el viernes por la noche, perdería las
clases del sábado, pero qué importaba, los celos pudieron más. Llegué a las nueve
de la noche, sólo estaba la madre.
–¡Beto, Beto, qué
sorpresa!, pasa. Moniquita ya no tarda en llegar, tú sabes, el trabajo,
justamente los viernes tiene que cobrar a los clientes.
–Comprendo señora,
comprendo.
–¡Ah!, te tengo una
sorpresa, Moniquita está viendo la posibilidad de sacar un auto para ti...
La señora siguió
hablando de Verónica, de los modelos y precios de los automóviles, de sus
relaciones sociales, de sus cuentas corrientes. Me parecía un sueño, ¿soñaba, o
había valido la espera de tantos años hasta que llegara aquel milagro?, amor
hasta no más, auto, pronto me graduaría, qué más quería. Pero no me gustaba la
idea del matrimonio, ya lo dije, me daba la sensación que entraría en una
cárcel. Viéndola desde el punto de vista del matrimonio, aquella inauguración
sexual a mis treinta años me costaría muy caro.
Mas todo lo que querían
brindarme era real. La casa ubicada en la misma esquina, de una sola planta,
con amplio garaje lateral y ostentoso jardín enrejado en el frontis. Los
muebles eran soberbios, soberbios los cuadros, alfombras, y el bar en una de
las esquinas de la sala, con diversos licores de calidad, nada extraño para mí,
porque los había visto y disfrutado en las casas de amigos y familiares, ya lo
he dicho, creo, dije que tenía aires de grandeza aunque también me apasionaba
confundirme con la humildad. Me imaginaba manejando el auto, aquel que podrían
regalarme, frecuentando los lugares más exclusivos con amigos de primera, pero
de otro lado tendría que apartarme de los humildes que también eran mis amigos
y se contaban por montones.

A las once llegó
Verónica, acompañada de su hermana menor, una chica de veinte años, y mucho
mejor proporcionada que la mía. Para completar la armonía, me decía yo, mejor
me vería con la hermana, sólo que llevaba un niño de la mano. ¡Carajo!, con
marido seguramente. Empecé a mirarla. Qué había en mí, no sabía lo que quería.
Aquella espera por conseguir el sexo me había confundido, y quería practicarlo
con cuanta chica se presentara, antes de buscar a Nadia. Pero Verónica se pegó
a mí y me besó apasionadamente, ahí delante de todos. Después salimos y nos
pasamos bailando en las diversas discotecas del lugar. No había duda, Verónica
no salía con otro.

Por la madrugada
regresamos y me quedé ahí en su casa, y en su cama, con ella, a todo confort.
Al llegar el nuevo día ella dormía plácidamente, me puse a contemplar aquel
regalo que Dios me había dado. De pelo hirsuto y corto, pero bien cuidado,
nariz aguileña, pestañas derechas, cejas algo ralas, boca pequeña y labios
delgados. Así, como puedes imaginarte, pero logró el milagro, pues. En el
cuello había una mancha, mancha causada por un fuerte y prolongado beso, un
chupete, como suelen decir, ¿yo hice eso?, qué bien, de ingenuo y delicado, o
decente, me había escapado.
Sábado y domingo lo
pasamos de lo lindo, restaurantes, playa y discotecas. Y retorné tranquilo a mi
lugar, y la siguiente semana y las demás nos reuníamos en el Hotel Turismo.
–Beto, la próxima
semana no podré venir, tengo una agenda muy agitada, es más, talvez tenga que
viajar a Lima, viaje de negocios, tú comprendes.
–Y yo ya me
acostumbré a verte, te extrañaré.
–Estudia tranquilo,
mira que tienes que terminar bien, ah.
–Si viajas a Lima,
¿qué día lo harás?.
–Jueves, talvez,
por la noche. El jueves por la tarde me llamas.
Así quedamos,
aquella semana fue de zozobra e insomnio para mí, pero qué me quedaba, tendría
que esperar a llamarla, con la esperanza de que me dijera que iría a verme, o
que yo fuera para repetir el fin de semana que pasamos. El jueves a eso de la
media tarde la llamé, me contestó la madre y me dijo que Moniquita viajaría de
todas maneras a Lima, por la noche, y de no hacerlo me comunicaría. Hasta
cierto punto estaba desesperado por estar junto a ella y a la vez inquieto por
contarle a mis amigos aquello que divinamente me pasaba, que no sabía si yo
estaba enamorado, pero estaba seguro que ella sí, hasta me había pedido
matrimonio, que tenía mucho dinero y que pronto me compraría un auto, del año
compadrito, que nuestras citas se daban en el Hotel Turismo, tres estrellas,
carajo, que ella pagaba toda la cuenta. Así que el viernes por la tarde no
aguanté más y le conté todo a mi mejor amigo, fuimos hasta su casa y él
insistió que la llamara, que conversara con la madre o con quien fuera, pero
que preguntara por Verónica.

–Mantén el interés
compadre, al menos hasta que te compre el auto.
–Está bien, pero no
debo llamarla, tengo que respetar su decisión.
–¡Carajo!, ya te
dije que es importante que sepan que estás interesado en ella, no seas cojudo.
–No debo, qué más,
ya sé que está loca por mí.
–Si quieres, yo la
llamo.
–Pero no está.
–Que mierda, dame
el número, yo sé lo que te digo.
En el momento me
pesó el haberle contado. Guillermo llamó, y me invitó me pegara al auricular,
al otro lado levantaron el fono.
–¡Aló!
–Por favor, sería
tan amable de pasarme con Verónica.
–Con ella habla.
¡Mierda!, era ella.
–¡Hola!, soy
Guillermo, y qué planes tienes para el fin de semana.
–¿Guillermo?, no te
conozco.
–Cómo que no, me
diste tu teléfono.
–¿Cuándo?.
–En la discoteca.
–La verdad es que
no recuerdo, pero hagamos una cosa, voy a ir a la discoteca El Pelícano, a eso
de las once, si quieres ahí nos vemos.
–Está bien, será
una noche inolvidable.
¡Mierda!, ella
estaba ahí, qué había pasado, me había mentido, tenía planeado salir a la
discoteca. Pensé que Guillermo en verdad la conocía, por la forma tan directa
de llegar hasta ella. Pero no, se trataba de mi mejor amigo, no sería capaz de
disimular tanto. Ahí quedé sentado, sumido en mis cavilaciones, como
hipnotizado, claro, aquella llamada me idiotizó.
–Ánimo Beto, lo
importante es que ya sabes que terreno pisas. Son las ocho, demás llegas, si
quieres anda, ¡y la sorprendes!.
–Que se vaya a la
mierda, con todo y carro, carajo. Al fin que ya estoy curado.
–¿Curado?, curado
de qué.
–De la pendejada de
las mujeres, nadie volverá a mentirme.
–Disfrútala
compadre, sigue la corriente, ¡ah!, pero eso sí, no la vayas a llenar, si la
llenas te cagas.
–De repente ya la
llené.
–No creo, se nota
que es una recorrida de mierda. Seguro que está en sus días peligrosos por eso
te dijo que viajaría.
–Bien, Guillermo,
mejor tomemos un trago.
–Vamos afuera, yo
también lo necesito.
Al siguiente día
por la noche, no aguanté más y me marché a verla. Llegué a las diez, el instinto
me decía que debería llegar con cautela. Así me iba entre las sombras hasta su
casa. El auto estaba en el garaje. Escuché un llanto, y unas palabras de
súplica, ¡la voz de Verónica!, no había duda, estaba con otra persona, ahí
nomás, frente a su casa, precisamente en el jardín enrejado. Me detuve para
escuchar, la respiración se me atropellaba.
–No por favor, no,
suéltame por favor.
–¡Puta de mierda!,
me estás traicionando.
–Ya te dije que es
sólo un amigo de mi hermana, si quieres pregúntala.
–Tu hermana es una
alcahueta de mierda, ¡oye!, igual que tu madre, me tienen bronca.
–Ellas te estiman.
¿Porqué hablas así?.
–Me estimaban,
antes de saber que salgo contigo.
–Ellas no saben
nada.
–Entonces porqué la
vieja de mierda te lleva al psiquiatra, ¿ah?.
–El doctor es amigo
de la familia.
–¡Anda engáñalo a
tu abuela!, puta de mierda. Dime que me quieres, carajo.
–Te quiero, porque
te quiero estoy contigo, suéltame, ¡ay mi mano!, suéltame no me pellizques.
–No es nada,
carajo, te voy a cortar la cara para que nadie te mire.

Aquella voz grosera
no era de un hombre. Qué estaba pasando. No esperé más e irrumpí abriendo la
reja. Una mujer estaba con Verónica, la tenía contra la pared, al verme la
soltó. Verónica quiso disimular, y yo...
–¿Qué pasa, porqué
tanto alboroto?.
–Quién mierda eres
tú.
–Que te diga
Verónica.
–Está bien, es el
amigo de mi hermana.
–¿Amigo?. ¡Oye
concha de tu madre!, deja en paz a mi mujer o te corto la cara, carajo.
No sé porqué
demonios ingresé ahí, ya lo había escuchado todo, debería marcharme, y ya, era
un idilio entre mujeres, algo muy nuevo para mí, jamás podía imaginar una
relación entre mujeres. ¿Cómo?. Empezó a intrigarme, desapareció de mí toda
consideración o estima hacia Verónica. Pero me encontraba con aquella mujer
frente a mí y desafiándome, tenía más o menos mi talla, bien proporcionada, el
trasero y los senos de una gran hembra. Pero qué, ganas me sobraban para darle una pateadura,
pero no por celos, créeme, por lo abusiva que se había portado con Verónica,
siempre ha sido mi problema inmiscuirme en los problemas de los demás.
Felizmente llegaban la madre y hermana de Verónica, la mujer apenas las vio y
salió corriendo. Entonces pasamos todos juntos a la sala, ahí empezaron las
explicaciones de parte de la madre y la hermana: Es una cualquiera, una vaga
que le gusta molestar a Moniquita, tiene su marido, un ratero él, Blanca se
llama la desgraciada, es que Moniquita le ha acostumbrado a darle dinero y por
dinero la molesta, la muy desgraciada, vividora, mala amiga, si tú quieres a
Moniquita tienes que enfrentarte a la desgraciada, dile que eres su novio y que
te vas a casar con ella, nosotras te vamos apoyar, ¡no te dejes!.
Mas, todas aquellas
explicaciones entraban en saco roto, sólo sabía que le debía a ella mi primera
experiencia sexual, y tendría que quedarme ahí escuchando, haciéndome el
sentimental, el comprensivo, y así dejando la
posibilidad que creyeran en mis sanas intenciones. Pero estaba en deuda,
claro, estaba en deuda, debería ayudarla, porqué no, así que me quedé con ella,
tenía ganas de sexo, no le pedí explicaciones hasta que sucediera. Y después
que sucedió quise satisfacer mis intrigas.
–¿Cómo fue la
primera vez, te gustó, te vino sangre por el desgarramiento?.
–Empezó poco a
poco, acariciándome, besándome el sexo, ahí hasta desesperarme, pedí que algo
me entrara, me introdujo un dedo, yo deliraba, luego pareció que me metió dos,
estuvimos ahí por largo tiempo, con aquellas groseras palabras que me hacían
sentir mujer, y así hasta que me metió los cinco dedos, sentí algo de dolor
pero también placer. Desde entonces se sucedieron las experiencias de placer
hasta la madrugada. La primera vez me sentí en el paraíso.
–¿Entonces, no fue
el que se marchó a Brasil?.
–No. Siempre esperé
un hombre que se enamorara de mí, pero nunca llegó. Hasta que llegaste tú.
Tarde, pero llegaste. Dime que no me dejarás.
Aquella pobre mujer
prorrumpió en llanto, un incesante llanto que yo no podía calmar. Le sugerí
tomar un trago, y ella fue por una botella de brandy, la bebimos hasta la
mitad, y conforme lo hacíamos nos abrazábamos como dos criaturas mutuamente
agradecidas. Tomamos una ducha juntos, y luego ella se dejo caer pesadamente
sobre la cama y quedó dormida, completamente desnuda desde la nuca a los pies.
Pobrecita. Descubrí muchos moretones en su cuerpo, y cicatrices, viejas y
frescas. La volteé, con dificultad pero lo hice, fingiendo acariciarla, no
había lo que esperaba. Salvo un moretón en el cuello, un chupete.
Así pues seguimos
frecuentándonos, ella me sugería que fuéramos con el psiquiatra, pero yo con
cualquier pretexto rehusaba. Me dijo que se había olvidado de Blanca, que no
tenía ningún recuerdo agradable de ella, y que jamás volvería a verla. Esperaba
ansiosa el día de nuestro matrimonio, y entonces me regalaría el carro. Sólo
quería que ella se olvidara de Blanca, pero en tal afán ella se estaba
ilusionando demasiado y yo mintiendo en la misma medida. Al fin concluiría mis
estudios, faltaba poco, y me marcharía para siempre, ella no sabría más de mí.

Tranquilamente
llegué un día a la casa de Verónica, y el pequeño hijo de su hermana me informó
que su tía se encontraba en el restaurante de la vuelta. Me encaminé al lugar y
busqué uno por uno en los ambientes privados, hasta que encontré a Verónica,
ahí estaba en dulce coloquio amoroso con Blanca, cervezas, besos y más besos. Fue Blanca quien se
percató de mi llegada. Como una serpiente se puso en ofensiva, rompiendo una
botella sobre otra, con el cuello astillado en la mano se dirigió a mí. Y yo
salí corriendo.

En mi huida tropecé
con la hermana de Verónica, iba al volante, me invitó a subir y enrumbamos a un
restaurante en la playa Tortugas, evitó comentar el comportamiento de Verónica.
Cuando el sol besó el mar subimos al auto y en el camino viró hasta saludarse con
las olas. Comentó que vivía la vida porque era corta. El crepúsculo divino, las
olas musicales y ella con la mano en la palanca, habló de lo hermosas que eran
las tarjetas vinculadas a la puesta del sol, y que se fotografiaría desnuda a
tal hora para convertirla en postal. Su mano magnética se pegó. Sentí que me
ahogaba en el mar. Respira, no te ahogues, mi hermana flota feliz. El sol
penetró completamente en el mar.
Tiempo después,
Verónica dejó un mensaje telefónico, me esperaría allá en el hotel de siempre.
No fui, y a la siguiente semana me esperó ahí junto a mi puerta para decirme
que estaba embarazada y que urgentemente debería casarme con ella. Fingí haber
dejado la llave de mi cuarto en la casa de mi amigo, pero la muy sabida no se
tragó el cuento y me acompañó hasta allá. La dejé estacionada, esperando en la
calle, mientras mi amigo y yo pensábamos en algo que me librara del problema.
Ya sé, confía en mí, dijo Guillermo, y salimos.
–¿Tanto demoras por
una llave?.
–Mi primo
Guillermo.
–¿Gui ller mo?...Mucho
gusto.
–El gusto es mío,
me moría de ganas por conocer a la novia de mi primo, me imaginaba que eras
hermosa. Felicitaciones, sé que estás embarazada.
–Sí pues, me llegó
la hora.
–¿Podemos pasar a
mi casa?.
–Claro. Beto no me
había dicho que tenía un primo.
–Beto es así de
descuidado, anda acostumbrándote, te esperan muchas sorpresas.
–Y tú, ¿a qué te
dedicas?. Perdón que te pregunte.
–Soy médico, bueno
prácticamente médico, estoy terminando la Facultad, para suerte tuya y de Beto,
por supuesto.
–Mira, qué bien,
qué bien tener un médico en la familia.
–Estoy ansioso por
empezar a examinar a ese sobrino mío que llevas. Vamos, entremos al dormitorio,
disculparán la improvisación.

–Mira Guillermo, lo
importante es que ya te conozco, dejemos lo de mi embarazo para otro día.
¿Porqué mejor no salimos a divertirnos?.
Guillermo se había
ingeniado, y resultó, y salimos a bailar y a beber toda la noche, ella no
volvió a tocar el tema del embarazo ni del matrimonio, bebí hasta no más, y también Guillermo, y
Verónica, hasta el nuevo día, en que urdimos la mentira de las clases en la
Universidad. Qué clases, el día anterior habíamos concluido la carrera.
–Guillermo, tu
amigo, me ha impresionado, por su habilidad
para salir de los problemas. Tenía mucha experiencia, seguramente.
–A mí también me
impresionaba, a tal punto que llegué a creer que él ya conocía el problema,
pero no.
–¿Es, era
mujeriego?.
–No conocí que
tuviera una enamorada, siquiera.
–Interesante el
tipo, me gustaría hacerle una entrevista.
–No podrás.
–Tú podrías servir
de nexo.
–No podrás, porque
falleció.
–Que pena, talvez
hubiera llegado muy lejos.
–Se burlaba de
aquellos que querían llegar lejos.
–¡Ah!, un tipo
excepcional.
–...
–¿Y esa chica,
Blanca, qué será de su vida?.
–No sé.
–¿Y Verónica?.
–La volví a ver,
cinco años después, había logrado tener un hijo con uno de sus clientes,
conversamos, pude notar que me odiaba.

Estúpido, no sabes
lo que perdiste, no luchaste por el amor que te tenía, yo te amaba, idiota,
sólo que me había metido en problemas con la mierda de Blanca, tú me hubieras
ayudado a salir de ella, nos hubiéramos marchado juntos a otro lugar, pero tú
no, creo que sólo querías acostarte conmigo, me tomaste como a una puta,
¡págame pues entonces!. Estoy segura que si no me hubieras encontrado con
Blanca no sabrías nada de mí, ¿no te puedes dar cuenta que muchas mujeres andan
en pareja y nadie sospecha nada, ni sus enamorados, ni sus maridos?, es casi
común en nosotras. Maldita sea la hora en que Blanca se peleó con su cachero, carajo,
se peleó con él y vino en cuerpo y alma a buscarme, no pude evitarlo, me
amenazaba con contarte todo si no salía con ella, y claro, me amenazaba porque
necesitaba mi dinero para poder vivir. No creas que yo me sentía bien
acostándome con ella, sádica la desgraciada. Te llevaste mi pureza, y a mis
veintiocho años ¡sinvergüenza!, porque yo nunca me había entregado a un hombre,
mejor dicho no cometí pecado, no fue una pichula, ¡idiota!, fueron dedos, una
mano, qué de malo tiene un dedo, una mano, el médico siempre te mete el dedo
cuando vas a su consultorio, pero no porque te mete se puede creer que una ha
brincado con él; los hombres se agarran la pichula a cada rato, y se masturban,
pero no por eso se puede decir que se brincan a sí mismos, ¡qué horror, qué
pecado!. En tal caso ninguna mujer conviviría con un hombre, para qué pues con
un pecador. Oye, los hombres andan muy idiotas con sus costumbres, averiguan a
una todo, cuándo fue, con quién fue, cómo fue, y si una por casualidad se metió
un dedo, ya se jodió, “puta, tiene su pasado”; ustedes se agarran con toda la
mano y nadie dice nada. Como te vuelvo a repetir, sonso de mierda, las mujeres
siempre nos tocamos, porque nos gusta pues, y ni mierda se dan cuenta ustedes.
¡Qué cojudos!.
Me gustaría que las
costumbres se invirtieran, que los hombres se casaran de blanco y las mujeres
de negro. Que se obligue a los hombres a llegar puros al matrimonio, ya me
imagino los apuros en que se verían tratando de masturbarse cuidando la
integridad de su prepucio, hasta que una osada dama bien recorrida llegue a
pedir la mano del baboso, qué ridículo “me guardé para ti amada”, y qué si no
lo encuentra intacto, vendrían los vejámenes, los maltratos, los encaros de la
mujer. Ponte pues en el lugar de las mujeres. Cuántas cirugías se practicarían
ustedes para sorprender a las mujeres, pues igual las podemos hacer nosotras,
nada, ¡lo hacemos!. Como dije, me sorprendiste y ésa fue la causa para que te
alejaras de mí. Me acostumbré a ella pues, a sus groserías a sus golpes, pero
más que todo a las largas noches de amor, lo que no experimenté contigo, creo
que los hombres se agotan muy rápido, en cierto modo vivo agradecida de mi
suerte, sólo faltaba un hijo para completar mi felicidad, así que con la
permisión de ella lo tuve y después negué que fuera de él, lleva el apellido de
Blanca. Ella era muy celosa y quería para adoptarlo, pero para qué adoptarlo si
ella o yo podíamos tenerlo. Pero ella no quería correr con la responsabilidad
de llevarlo en sus entrañas por nueve meses, lo consideraba un suplicio,
“¿porqué mejor no se embarazan los hombres?”. Ahora tiene todo lo que yo quería
darte, pero si estuviera contigo tarde o temprano se sabría la verdad, porque,
para qué te voy a mentir, desde la primera vez que la pasé con ella sentí que
la estaba esperando, aunque como dije, ella es sádica, pero me gusta, no puedo
negarlo, la felicidad sexual con dolor es como la felicidad al momento de
parir.
Creo que me ha
resultado saludable encontrarte, he descargado todo mi odio, y ya vez, ahora
no lo siento. Hasta podría volver a
salir contigo, tengo el consentimiento de Blanca para salir con el hombre que
me guste y ella tiene el mío para lo mismo, creo que hemos conseguido la
felicidad a nuestra manera, pero no ha sido fácil. Hemos batallado mucho, me
quería exclusivamente para ella, pero salía a la vez con hombres, y no me
gustaba, los celos me aturdían. Ser celosa, no es nada bueno, es una
enfermedad, por fin pudimos superarlo todo y alcanzamos la felicidad. ¿Porqué
no haces lo mismo?.
–No podría, no es
mi naturaleza.

–Me sonrió, y
correspondí.
–También me
gustaría conversar con ella.
–Hace cuatro años
que falleció de cáncer generalizado, me contaron que primero le extirparon el
ceno, luego le amputaron el brazo. Y murió.
–¿Quiénes te
contaron?.
–Su madre y
hermana. Las pobres iban en la miseria.
–Nunca me has dicho
a qué se dedicaba Verónica.
–Compraba repuestos
y toda clase de artículos de pesca, y los colocaba en las pesqueras. De Santa y
Casma.
–Buen negocio.
–Sobre todo si son
robados. Creo por ahí nació su relación con Blanca.
Por: Walter Elías Álvarez Bocanegra
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias