sábado, 10 de septiembre de 2016

Yo te amaba idiota

Estaba allá, al otro extremo del salón de recepciones del restaurante Los Pinos, tenía todas las facciones de aquella chica que tuve en Lima, en la casa pensión de mi prima.
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–Me llamo Verónica.
–Humberto, Beto, para ti.
–Está buena la fiesta.
–La fiesta no valdría nada si no estuvieras tú.
–Romántico, el último romántico.
–¿Una soda?.
–Mejor una cerveza, ¡hombre!.
–Bien, me moría por una.
–¿Una nomás?, ¿a qué te dedicas?.
–Estudio en la Universidad.
–Con razón. Misionero.
–...
–No, no me hagas caso, es una broma.

Bebimos muchas cervezas y luego resultamos bailando, y bebiendo, pasábamos por desapercibidas las danzas folklóricas. Como dije, la chica me recordaba a alguien pero no a Nadia, a la que de verdad amaba. Verónica se puso romántica, en cada baile se pegaba más y más a mí, mis manos recorrían su espalda algo huesuda que a simple vista no se notaba porque la ropa que llevaba la disimulaba muy bien, adormecido por el licor no podía percibir si las piernas me temblaban como solía sucederme con otras chicas. Olvidé el motivo por el que me encontraba ahí, había ido al agasajo del Ministro, el único que ha tenido este pueblo, quería congratularme con él, qué Ministro ni qué nada, la flaca estaba regalada. Después resultamos besándonos, mientras el Ministro bromeaba con toda la paisanada. 
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Disimuladamente nos apartamos de aquella reunión social y marchamos rumbo a la mejor discoteca. Allá, afuera, me invitó a subir a un auto que esperaba por ella, “es mi carro”, ¡carajo!, Toyota del año, y con chofer incluido, se alimentó mi ego, nada comparable a los dos autos viejitos de Nadia. 
Ya en la discoteca la desmedida borrachera, y los agarres, nada de timidez en mí, mi hora de sentirme bien hombre había llegado, así lo percibía. De la discoteca al restaurante, a uno de los especializados que atendía en las madrugadas, caldo de gallina ¡caramba!. Estaba en mi salsa, como suelen decir, claro, cómo no, ella pagaba todas las cuentas. Dejamos al chofer en su vivienda y ella cogió el volante, y recorrimos como locos toda la ciudad de Chimbote con la música a todo volumen. En la madrugada estacionó el auto junto a su casa.
–¡Pucha cholo!, me gustas, ¡ah!.
–Y tú también.
–¿Cuándo viajas?.
–Ahora mismo, es lunes, tú sabes, las clases.
–Comprendo.
–Hermoso auto, ¿es tuyo?.
–¿Y de quién más va a ser?. Soy empresaria.
–...
–Y de aquí, ¿cuándo nos volvemos a ver?.
–Yo te busco.
–Está bien, anota mi teléfono. Y dame el tuyo.
–Vivo en cuarto de alquiler.
–¿El dueño de la casa no tiene teléfono?, anótame tu dirección.
–Bien,... Aquí tienes, dirección y teléfono.

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Y la próxima semana, el sábado por la noche, encontré el mensaje telefónico, ella me esperaba allá en el Hotel Turismo de Trujillo. Me arreglé con la mejor vestimenta que tenía y fui pues, por ella. Fumé un cigarrillo antes de entrar, para darme valor, para adormecerme mejor dicho. Pacientemente me esperaba en el cuarto, viendo la tele, acompañada de una señora algo cincuentona, me la presentó, se trataba de su madre. Conversamos de muchas cosas, de aquellas simples de la vida, “tengo que irme”, dijo la madre, y nos dejó solos. Me senté a su lado y nos besamos, no pude disimular mi tembladera, para suerte mía ella se levantó y tomó el fono para ordenar cervezas, cigarrillos y emparedados. Me fui calmando, poco a poco, mientras tratábamos de revivir la noche de la semana pasada. Por fin las cervezas y con ellas la desinhibición, los besos y los toques.
–Hay que bañarnos.
–¿Juntos?.
–Yo primero, para luego ponerme sexi, para ti.

Ingresó a la ducha, me quedé ahí pensando en la forma de cómo sería mi primera vez... La verdad es que ya no quiero contarte, no sé, me incomoda entrar en el mundo privado de Verónica, o me avergüenza mi inocencia pasada antes de conocerla. Cuando recuerdo aquella escena ni yo mismo lo creo, tantos años había sufrido tratando de penetrar a una mujer y aquella noche me resultó todo tan fácil, y ni siquiera la busqué...

–Tómate un trago y no te avergüences, soy tu amigo, ¿no?. Además soy médico.
–Ojalá todos los médicos fueran amigos.

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Salió de la ducha en bata negra, insinuantemente algo abierta. En seguida ingresé, y después de ducharme salí vestido como había entrado. ¡Qué cojudo!. ¿No?, pero no creas, hay peores cojudos que yo por ahí, pero nunca lo dirán. Bien pues, se acercó a mí y empezamos a besarnos, la bata se abrió completamente y disimuladamente la dejó caer. Cayó de espaldas en la cama, se abrió de piernas y ordenó:
–¡Desvístete!, ahí parado como estás para que pueda verte, poco a poco.
–Mejor apagamos la luz.
–Éste es un caso de amor, quiero conocerte todo.
Así sucedió, menos mal que había visto algunas películas con escenas semejantes y ellas me ayudaron. Pero conforme me desvestía la erección disminuía, otra vez se repetiría mi problema, ¡carajo, qué dificultad!. Al quitarme la trusa,  ¿qué pasó?, yo lo sentí bien parado, así estaba pues pero no puedo explicar porqué se me bajó. Talvez se apoderó de mí el miedo, el de siempre, o la nada costumbre de estar desnudo con el miembro erecto frente a una mujer.
–Ven, échate sobre mí.
Lo hice y empezamos a besarnos, más abajo, más abajo, el cuello, los senos el ombligo, ¡todo, todo!, pedía. Fui bajando por aquella montaña conforme lo había visto en las películas. Y ¡OH!, ¡milagro!, la erección se ponía en su punto. Llegué a su propio sexo y me detuve a observar. ¡Bésalo, bésalo!, repetía, no hice caso y subí hasta su boca. Mas ella cogió mi miembro y lo introdujo en su abrigada y húmeda caverna. Lo había logrado, felicidad sin igual hasta entonces, delirio, y en medio de todo, agradecimientos a Dios. Fue hermosamente indescriptible, con sus manos deslizándose por mis espaldas y todo eso que tú talvez hayas experimentado y que está demás detallar. Y después del máximo placer, lo repetimos una y otra vez. Llegaban a mí los episodios frustrados de mi pasado, me encontraba tomando revancha de todo aquello, hasta quedar exhausto.
–Mi mamá quería conocerte, y por eso ha venido.
–Me cae bien la señora, es una suegra comprensiva, liberada.
–Lo único que ella quiere es mi felicidad, porque teme que me vuelva a equivocar.
–¿Estuviste muy enamorada?.
–Lo entregué todo por amor, y se fue para no regresar. Me gustaba demasiado, era muy bien parecido, y culto. Cuando estaba con él fui la envidia de todas mis amigas y de las viejas chismosas del barrio.
–¿Qué fue de él?.
–Se fue para Brasil, me escribió, le contesté, le volví escribir, creo que tres cartas más, pero sin respuesta alguna. Me deprimí demasiado, pero traté de sobreponerme manteniéndome ocupada, y así sin darme cuenta resulté haciéndome empresaria.
–Pero ahora, lo que importa es que estamos juntos.
–Sí mi amor, Dios tarda pero no olvida. No quiero perderte. Dime que me amas.
–Te amo, qué importa el pasado.
–El pasado queda atrás, sólo espero que estés libre, sin compromiso. Dime que es cierto.
–No tan libre, te pertenezco en cuerpo y alma.
–Nos casaremos, será un gran matrimonio, ya lo verás, ¿para qué trabajo día y noche?. Es mi ilusión, para taparles la boca a todos los que se rieron de mí.

Cuando me habló de matrimonio algo tenebroso apareció en mí, algo como un cerco, que me sometía entre tinieblas. Recién había incursionado en los deleites del sexo y ahí me quedaría, me daba la impresión de que había caído en una trampa que por años había buscado. En verdad la idea de matrimonio me aterraba, si llegaba al matrimonio lo haría con Nadia, a ella la concebía diferente, porqué no decir que virginal. Y ya estaba casi preparado para ir a buscarla. Y Verónica ahí con sus sueños, me dolía defraudarla. Importaba mucho aquella relación con Verónica, me convenía mejor dicho, seguiría practicando el sexo con ella hasta convertirme en un experimentado amante.

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Convenimos en vernos los sábados por la noche en el mismo hotel hasta concluir mis estudios, faltaba poco para lograrlo, cursaba el último ciclo. La semana siguiente la pasé pensando en lo hermoso que me había sucedido, que las clases en la Universidad ocuparon segundo plano. Por fin llegó el sábado, y con él el placer, entramos en confianza y bromeábamos examinando nuestros cuerpos. Y la tarde del sábado siguiente, a eso de las cinco, mientras paseaba por el centro de la ciudad, relajado y feliz esperando la noche para amar, Verónica acompañada de su madre ingresaban a un consultorio médico, psiquiátrico para ser más preciso. Quise correr tras ella, la emoción de verla me embargaba, amor aquí estoy, esperándote, te extraño demasiado, te necesito, te amo, aunque no tengo nada que darte. El no tener dinero para invitar a la suegra, especialmente, hizo que me contuviera, y desaparecí del lugar para reaparecer por la noche en el hotel, total ahí la encontraría.
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Y así pues, aquella noche comimos y bebimos en el restaurante del hotel, y después a las discotecas más cotizadas del lugar, por ahí no estaría Nadia, no le gustaba frecuentar aquellos ambientes. En la madrugada regresamos a lo nuestro, tenía la impresión de que ambos tomábamos revancha del tiempo perdido.
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–Mi madre me regalará el vestido de bodas, dos, uno para la iglesia y el otro para el baile.
–Tu madre te quiere mucho, ¿verdad?.
–Sólo quiere que sea feliz con el hombre que amo.
–Te quiere tanto que viene a dejarte.
–¿Cómo sabes?.
–Las he visto juntas ayer por la tarde.
–Ella me cuida para ti.
–¿No sabe lo del tipo que se fue para Brasil?.
–Sí, pero no sabe que fui de él.
–¿Y el vestido de bodas es blanco?.
–Es la ilusión de mi madre, hay que darle el gusto. Lo que importa es que te amo, para mí ha sido como si fuera la primera vez.
–Para mí, también.
–¡Te amo, mi amor!.
–¿Qué hacían en el psiquiatra?.
–¡Ah, bandido!, nos has estado espiando.
–Para que veas que te amo.
–El doctor es amigo de mi madre, y no te llame la atención, siempre iremos a visitarlo. Claro que también aprovechamos para hacer alguna consultita. ¡Ah!, y te vamos a presentar, iremos juntos. Además es bueno ir al médico de vez en cuando. ¿Tú lo haces?.
–No.
–¡Oye, tienes que ir al médico!, ahora más que nunca, de repente estás enfermo de algo, y yo ya me entregué a ti.
–Ha sido por amor, ¿no?. El amor lo supera todo.
–Está bien, mi amor, ya sucedió, pero prométeme que después iremos.
–Iremos.

La idea del matrimonio se ponía fea para mí, no me gustaba. Antes que lograra hacer el amor estaba dispuesto a prometer matrimonio a una chica del burdel, y no sólo de prometer, llegar a casarme con ella con tal de lograr mi objetivo, dicen que las muchachitas una vez casadas se desempeñan muy bien como esposas, son muy fieles, acordes a los principios morales, pero con tantos kilómetros de recorrido quién podría aceptar semejante idea. Bueno pues, pero yo, era capaz de realizarla, con tal de sentirme bien macho, ¡qué carajo!, no puedo ocultarlo. Verónica con su obsesión por el matrimonio, el vestido blanco y el médico, armó una confusión dentro de mi cerebro. La siguiente semana madre e hija volvieron a visitar al facultativo, pero como de costumbre, la madre se marchaba dejándonos solos.
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Repentinamente llegaron y se apoderaron de mí los celos, celos de macho, del que quiere a su hembra absolutamente para él, que nadie se atreva ni siquiera a mirarla, talvez allá en el puerto donde vivía alguien más andaba tras de ella, y porqué no con semejante carro que se prestaba para hacer el amor ahí dentro, y con la plata que se manejaba. No confiaba en ella, la manera como llegó a mí aumentaba mi desconfianza. Así que la siguiente semana llegué hasta su casa, el viernes por la noche, perdería las clases del sábado, pero qué importaba, los celos pudieron más. Llegué a las nueve de la noche, sólo estaba la madre.
–¡Beto, Beto, qué sorpresa!, pasa. Moniquita ya no tarda en llegar, tú sabes, el trabajo, justamente los viernes tiene que cobrar a los clientes.
–Comprendo señora, comprendo.
–¡Ah!, te tengo una sorpresa, Moniquita está viendo la posibilidad de sacar un auto para ti...
La señora siguió hablando de Verónica, de los modelos y precios de los automóviles, de sus relaciones sociales, de sus cuentas corrientes. Me parecía un sueño, ¿soñaba, o había valido la espera de tantos años hasta que llegara aquel milagro?, amor hasta no más, auto, pronto me graduaría, qué más quería. Pero no me gustaba la idea del matrimonio, ya lo dije, me daba la sensación que entraría en una cárcel. Viéndola desde el punto de vista del matrimonio, aquella inauguración sexual a mis treinta años me costaría muy caro. 
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Mas todo lo que querían brindarme era real. La casa ubicada en la misma esquina, de una sola planta, con amplio garaje lateral y ostentoso jardín enrejado en el frontis. Los muebles eran soberbios, soberbios los cuadros, alfombras, y el bar en una de las esquinas de la sala, con diversos licores de calidad, nada extraño para mí, porque los había visto y disfrutado en las casas de amigos y familiares, ya lo he dicho, creo, dije que tenía aires de grandeza aunque también me apasionaba confundirme con la humildad. Me imaginaba manejando el auto, aquel que podrían regalarme, frecuentando los lugares más exclusivos con amigos de primera, pero de otro lado tendría que apartarme de los humildes que también eran mis amigos y se contaban por montones.
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A las once llegó Verónica, acompañada de su hermana menor, una chica de veinte años, y mucho mejor proporcionada que la mía. Para completar la armonía, me decía yo, mejor me vería con la hermana, sólo que llevaba un niño de la mano. ¡Carajo!, con marido seguramente. Empecé a mirarla. Qué había en mí, no sabía lo que quería. Aquella espera por conseguir el sexo me había confundido, y quería practicarlo con cuanta chica se presentara, antes de buscar a Nadia. Pero Verónica se pegó a mí y me besó apasionadamente, ahí delante de todos. Después salimos y nos pasamos bailando en las diversas discotecas del lugar. No había duda, Verónica no salía con otro.
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Por la madrugada regresamos y me quedé ahí en su casa, y en su cama, con ella, a todo confort. Al llegar el nuevo día ella dormía plácidamente, me puse a contemplar aquel regalo que Dios me había dado. De pelo hirsuto y corto, pero bien cuidado, nariz aguileña, pestañas derechas, cejas algo ralas, boca pequeña y labios delgados. Así, como puedes imaginarte, pero logró el milagro, pues. En el cuello había una mancha, mancha causada por un fuerte y prolongado beso, un chupete, como suelen decir, ¿yo hice eso?, qué bien, de ingenuo y delicado, o decente, me había escapado.
Sábado y domingo lo pasamos de lo lindo, restaurantes, playa y discotecas. Y retorné tranquilo a mi lugar, y la siguiente semana y las demás nos reuníamos en el Hotel Turismo.

–Beto, la próxima semana no podré venir, tengo una agenda muy agitada, es más, talvez tenga que viajar a Lima, viaje de negocios, tú comprendes.
–Y yo ya me acostumbré a verte, te extrañaré.
–Estudia tranquilo, mira que tienes que terminar bien, ah.
–Si viajas a Lima, ¿qué día lo harás?.
–Jueves, talvez, por la noche. El jueves por la tarde me llamas.

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Así quedamos, aquella semana fue de zozobra e insomnio para mí, pero qué me quedaba, tendría que esperar a llamarla, con la esperanza de que me dijera que iría a verme, o que yo fuera para repetir el fin de semana que pasamos. El jueves a eso de la media tarde la llamé, me contestó la madre y me dijo que Moniquita viajaría de todas maneras a Lima, por la noche, y de no hacerlo me comunicaría. Hasta cierto punto estaba desesperado por estar junto a ella y a la vez inquieto por contarle a mis amigos aquello que divinamente me pasaba, que no sabía si yo estaba enamorado, pero estaba seguro que ella sí, hasta me había pedido matrimonio, que tenía mucho dinero y que pronto me compraría un auto, del año compadrito, que nuestras citas se daban en el Hotel Turismo, tres estrellas, carajo, que ella pagaba toda la cuenta. Así que el viernes por la tarde no aguanté más y le conté todo a mi mejor amigo, fuimos hasta su casa y él insistió que la llamara, que conversara con la madre o con quien fuera, pero que preguntara por Verónica.
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–Mantén el interés compadre, al menos hasta que te compre el auto.
–Está bien, pero no debo llamarla, tengo que respetar su decisión.
–¡Carajo!, ya te dije que es importante que sepan que estás interesado en ella, no seas cojudo.
–No debo, qué más, ya sé que está loca por mí.
–Si quieres, yo la llamo.
–Pero no está.
–Que mierda, dame el número, yo sé lo que te digo.
En el momento me pesó el haberle contado. Guillermo llamó, y me invitó me pegara al auricular, al otro lado levantaron el fono.
–¡Aló!
–Por favor, sería tan amable de pasarme con Verónica.
–Con ella habla.

¡Mierda!, era ella.

–¡Hola!, soy Guillermo, y qué planes tienes para el fin de semana.
–¿Guillermo?, no te conozco.
–Cómo que no, me diste tu teléfono.
–¿Cuándo?.
–En la discoteca.
–La verdad es que no recuerdo, pero hagamos una cosa, voy a ir a la discoteca El Pelícano, a eso de las once, si quieres ahí nos vemos.
–Está bien, será una noche inolvidable.

¡Mierda!, ella estaba ahí, qué había pasado, me había mentido, tenía planeado salir a la discoteca. Pensé que Guillermo en verdad la conocía, por la forma tan directa de llegar hasta ella. Pero no, se trataba de mi mejor amigo, no sería capaz de disimular tanto. Ahí quedé sentado, sumido en mis cavilaciones, como hipnotizado, claro, aquella llamada me idiotizó.

–Ánimo Beto, lo importante es que ya sabes que terreno pisas. Son las ocho, demás llegas, si quieres anda, ¡y la sorprendes!.
–Que se vaya a la mierda, con todo y carro, carajo. Al fin que ya estoy curado.
–¿Curado?, curado de qué.
–De la pendejada de las mujeres, nadie volverá a mentirme.
–Disfrútala compadre, sigue la corriente, ¡ah!, pero eso sí, no la vayas a llenar, si la llenas te cagas.
–De repente ya la llené.
–No creo, se nota que es una recorrida de mierda. Seguro que está en sus días peligrosos por eso te dijo que viajaría.
–Bien, Guillermo, mejor tomemos un trago.
–Vamos afuera, yo también lo necesito.

Al siguiente día por la noche, no aguanté más y me marché a verla. Llegué a las diez, el instinto me decía que debería llegar con cautela. Así me iba entre las sombras hasta su casa. El auto estaba en el garaje. Escuché un llanto, y unas palabras de súplica, ¡la voz de Verónica!, no había duda, estaba con otra persona, ahí nomás, frente a su casa, precisamente en el jardín enrejado. Me detuve para escuchar, la respiración se me atropellaba.
–No por favor, no, suéltame por favor.
–¡Puta de mierda!, me estás traicionando.
–Ya te dije que es sólo un amigo de mi hermana, si quieres pregúntala.
–Tu hermana es una alcahueta de mierda, ¡oye!, igual que tu madre, me tienen bronca.
–Ellas te estiman. ¿Porqué hablas así?.
–Me estimaban, antes de saber que salgo contigo.
–Ellas no saben nada.
–Entonces porqué la vieja de mierda te lleva al psiquiatra, ¿ah?.
–El doctor es amigo de la familia.
–¡Anda engáñalo a tu abuela!, puta de mierda. Dime que me quieres, carajo.
–Te quiero, porque te quiero estoy contigo, suéltame, ¡ay mi mano!, suéltame no me pellizques.
–No es nada, carajo, te voy a cortar la cara para que nadie te mire.
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Aquella voz grosera no era de un hombre. Qué estaba pasando. No esperé más e irrumpí abriendo la reja. Una mujer estaba con Verónica, la tenía contra la pared, al verme la soltó. Verónica quiso disimular, y yo...
–¿Qué pasa, porqué tanto alboroto?.
–Quién mierda eres tú.
–Que te diga Verónica.
–Está bien, es el amigo de mi hermana.
–¿Amigo?. ¡Oye concha de tu madre!, deja en paz a mi mujer o te corto la cara, carajo.

No sé porqué demonios ingresé ahí, ya lo había escuchado todo, debería marcharme, y ya, era un idilio entre mujeres, algo muy nuevo para mí, jamás podía imaginar una relación entre mujeres. ¿Cómo?. Empezó a intrigarme, desapareció de mí toda consideración o estima hacia Verónica. Pero me encontraba con aquella mujer frente a mí y desafiándome, tenía más o menos mi talla, bien proporcionada, el trasero y los senos de una gran hembra. Pero qué,  ganas me sobraban para darle una pateadura, pero no por celos, créeme, por lo abusiva que se había portado con Verónica, siempre ha sido mi problema inmiscuirme en los problemas de los demás. Felizmente llegaban la madre y hermana de Verónica, la mujer apenas las vio y salió corriendo. Entonces pasamos todos juntos a la sala, ahí empezaron las explicaciones de parte de la madre y la hermana: Es una cualquiera, una vaga que le gusta molestar a Moniquita, tiene su marido, un ratero él, Blanca se llama la desgraciada, es que Moniquita le ha acostumbrado a darle dinero y por dinero la molesta, la muy desgraciada, vividora, mala amiga, si tú quieres a Moniquita tienes que enfrentarte a la desgraciada, dile que eres su novio y que te vas a casar con ella, nosotras te vamos apoyar, ¡no te dejes!.

Mas, todas aquellas explicaciones entraban en saco roto, sólo sabía que le debía a ella mi primera experiencia sexual, y tendría que quedarme ahí escuchando, haciéndome el sentimental, el comprensivo, y así dejando la  posibilidad que creyeran en mis sanas intenciones. Pero estaba en deuda, claro, estaba en deuda, debería ayudarla, porqué no, así que me quedé con ella, tenía ganas de sexo, no le pedí explicaciones hasta que sucediera. Y después que sucedió quise satisfacer mis intrigas.
–¿Cómo fue la primera vez, te gustó, te vino sangre por el desgarramiento?.
–Empezó poco a poco, acariciándome, besándome el sexo, ahí hasta desesperarme, pedí que algo me entrara, me introdujo un dedo, yo deliraba, luego pareció que me metió dos, estuvimos ahí por largo tiempo, con aquellas groseras palabras que me hacían sentir mujer, y así hasta que me metió los cinco dedos, sentí algo de dolor pero también placer. Desde entonces se sucedieron las experiencias de placer hasta la madrugada. La primera vez me sentí en el paraíso.
–¿Entonces, no fue el que se marchó a Brasil?.
–No. Siempre esperé un hombre que se enamorara de mí, pero nunca llegó. Hasta que llegaste tú. Tarde, pero llegaste. Dime que no me dejarás.

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Aquella pobre mujer prorrumpió en llanto, un incesante llanto que yo no podía calmar. Le sugerí tomar un trago, y ella fue por una botella de brandy, la bebimos hasta la mitad, y conforme lo hacíamos nos abrazábamos como dos criaturas mutuamente agradecidas. Tomamos una ducha juntos, y luego ella se dejo caer pesadamente sobre la cama y quedó dormida, completamente desnuda desde la nuca a los pies. Pobrecita. Descubrí muchos moretones en su cuerpo, y cicatrices, viejas y frescas. La volteé, con dificultad pero lo hice, fingiendo acariciarla, no había lo que esperaba. Salvo un moretón en el cuello, un chupete.

Así pues seguimos frecuentándonos, ella me sugería que fuéramos con el psiquiatra, pero yo con cualquier pretexto rehusaba. Me dijo que se había olvidado de Blanca, que no tenía ningún recuerdo agradable de ella, y que jamás volvería a verla. Esperaba ansiosa el día de nuestro matrimonio, y entonces me regalaría el carro. Sólo quería que ella se olvidara de Blanca, pero en tal afán ella se estaba ilusionando demasiado y yo mintiendo en la misma medida. Al fin concluiría mis estudios, faltaba poco, y me marcharía para siempre, ella no sabría más de mí.

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Tranquilamente llegué un día a la casa de Verónica, y el pequeño hijo de su hermana me informó que su tía se encontraba en el restaurante de la vuelta. Me encaminé al lugar y busqué uno por uno en los ambientes privados, hasta que encontré a Verónica, ahí estaba en dulce coloquio amoroso con Blanca, cervezas,  besos y más besos. Fue Blanca quien se percató de mi llegada. Como una serpiente se puso en ofensiva, rompiendo una botella sobre otra, con el cuello astillado en la mano se dirigió a mí. Y yo salí corriendo.

En mi huida tropecé con la hermana de Verónica, iba al volante, me invitó a subir y enrumbamos a un restaurante en la playa Tortugas, evitó comentar el comportamiento de Verónica. Cuando el sol besó el mar subimos al auto y en el camino viró hasta saludarse con las olas. Comentó que vivía la vida porque era corta. El crepúsculo divino, las olas musicales y ella con la mano en la palanca, habló de lo hermosas que eran las tarjetas vinculadas a la puesta del sol, y que se fotografiaría desnuda a tal hora para convertirla en postal. Su mano magnética se pegó. Sentí que me ahogaba en el mar. Respira, no te ahogues, mi hermana flota feliz. El sol penetró completamente en el mar.

Tiempo después, Verónica dejó un mensaje telefónico, me esperaría allá en el hotel de siempre. No fui, y a la siguiente semana me esperó ahí junto a mi puerta para decirme que estaba embarazada y que urgentemente debería casarme con ella. Fingí haber dejado la llave de mi cuarto en la casa de mi amigo, pero la muy sabida no se tragó el cuento y me acompañó hasta allá. La dejé estacionada, esperando en la calle, mientras mi amigo y yo pensábamos en algo que me librara del problema. Ya sé, confía en mí, dijo Guillermo, y salimos.
–¿Tanto demoras por una llave?.
–Mi primo Guillermo.
–¿Gui ller mo?...Mucho gusto.
–El gusto es mío, me moría de ganas por conocer a la novia de mi primo, me imaginaba que eras hermosa. Felicitaciones, sé que estás embarazada.
–Sí pues, me llegó la hora.
–¿Podemos pasar a mi casa?.
–Claro. Beto no me había dicho que tenía un primo.
–Beto es así de descuidado, anda acostumbrándote, te esperan muchas sorpresas.
–Y tú, ¿a qué te dedicas?. Perdón que te pregunte.
–Soy médico, bueno prácticamente médico, estoy terminando la Facultad, para suerte tuya y de Beto, por supuesto.
–Mira, qué bien, qué bien tener un médico en la familia.
–Estoy ansioso por empezar a examinar a ese sobrino mío que llevas. Vamos, entremos al dormitorio, disculparán la improvisación.
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–Mira Guillermo, lo importante es que ya te conozco, dejemos lo de mi embarazo para otro día. ¿Porqué mejor no salimos a divertirnos?.

Guillermo se había ingeniado, y resultó, y salimos a bailar y a beber toda la noche, ella no volvió a tocar el tema del embarazo ni del matrimonio,  bebí hasta no más, y también Guillermo, y Verónica, hasta el nuevo día, en que urdimos la mentira de las clases en la Universidad. Qué clases, el día anterior habíamos concluido la carrera.

–Guillermo, tu amigo, me ha impresionado, por su habilidad  para salir de los problemas. Tenía mucha experiencia, seguramente.
–A mí también me impresionaba, a tal punto que llegué a creer que él ya conocía el problema, pero no.
–¿Es, era mujeriego?.
–No conocí que tuviera una enamorada, siquiera.
–Interesante el tipo, me gustaría hacerle una entrevista.
–No podrás.
–Tú podrías servir de nexo.
–No podrás, porque falleció.
–Que pena, talvez hubiera llegado muy lejos.
–Se burlaba de aquellos que querían llegar lejos.
–¡Ah!, un tipo excepcional.
–...
–¿Y esa chica, Blanca, qué será de su vida?.
–No sé.
–¿Y Verónica?.
–La volví a ver, cinco años después, había logrado tener un hijo con uno de sus clientes, conversamos, pude notar que me odiaba.

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Estúpido, no sabes lo que perdiste, no luchaste por el amor que te tenía, yo te amaba, idiota, sólo que me había metido en problemas con la mierda de Blanca, tú me hubieras ayudado a salir de ella, nos hubiéramos marchado juntos a otro lugar, pero tú no, creo que sólo querías acostarte conmigo, me tomaste como a una puta, ¡págame pues entonces!. Estoy segura que si no me hubieras encontrado con Blanca no sabrías nada de mí, ¿no te puedes dar cuenta que muchas mujeres andan en pareja y nadie sospecha nada, ni sus enamorados, ni sus maridos?, es casi común en nosotras. Maldita sea la hora en que Blanca se peleó con su cachero, carajo, se peleó con él y vino en cuerpo y alma a buscarme, no pude evitarlo, me amenazaba con contarte todo si no salía con ella, y claro, me amenazaba porque necesitaba mi dinero para poder vivir. No creas que yo me sentía bien acostándome con ella, sádica la desgraciada. Te llevaste mi pureza, y a mis veintiocho años ¡sinvergüenza!, porque yo nunca me había entregado a un hombre, mejor dicho no cometí pecado, no fue una pichula, ¡idiota!, fueron dedos, una mano, qué de malo tiene un dedo, una mano, el médico siempre te mete el dedo cuando vas a su consultorio, pero no porque te mete se puede creer que una ha brincado con él; los hombres se agarran la pichula a cada rato, y se masturban, pero no por eso se puede decir que se brincan a sí mismos, ¡qué horror, qué pecado!. En tal caso ninguna mujer conviviría con un hombre, para qué pues con un pecador. Oye, los hombres andan muy idiotas con sus costumbres, averiguan a una todo, cuándo fue, con quién fue, cómo fue, y si una por casualidad se metió un dedo, ya se jodió, “puta, tiene su pasado”; ustedes se agarran con toda la mano y nadie dice nada. Como te vuelvo a repetir, sonso de mierda, las mujeres siempre nos tocamos, porque nos gusta pues, y ni mierda se dan cuenta ustedes. ¡Qué cojudos!.
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Me gustaría que las costumbres se invirtieran, que los hombres se casaran de blanco y las mujeres de negro. Que se obligue a los hombres a llegar puros al matrimonio, ya me imagino los apuros en que se verían tratando de masturbarse cuidando la integridad de su prepucio, hasta que una osada dama bien recorrida llegue a pedir la mano del baboso, qué ridículo “me guardé para ti amada”, y qué si no lo encuentra intacto, vendrían los vejámenes, los maltratos, los encaros de la mujer. Ponte pues en el lugar de las mujeres. Cuántas cirugías se practicarían ustedes para sorprender a las mujeres, pues igual las podemos hacer nosotras, nada, ¡lo hacemos!. Como dije, me sorprendiste y ésa fue la causa para que te alejaras de mí. Me acostumbré a ella pues, a sus groserías a sus golpes, pero más que todo a las largas noches de amor, lo que no experimenté contigo, creo que los hombres se agotan muy rápido, en cierto modo vivo agradecida de mi suerte, sólo faltaba un hijo para completar mi felicidad, así que con la permisión de ella lo tuve y después negué que fuera de él, lleva el apellido de Blanca. Ella era muy celosa y quería para adoptarlo, pero para qué adoptarlo si ella o yo podíamos tenerlo. Pero ella no quería correr con la responsabilidad de llevarlo en sus entrañas por nueve meses, lo consideraba un suplicio, “¿porqué mejor no se embarazan los hombres?”. Ahora tiene todo lo que yo quería darte, pero si estuviera contigo tarde o temprano se sabría la verdad, porque, para qué te voy a mentir, desde la primera vez que la pasé con ella sentí que la estaba esperando, aunque como dije, ella es sádica, pero me gusta, no puedo negarlo, la felicidad sexual con dolor es como la felicidad al momento de parir.
Creo que me ha resultado saludable encontrarte, he descargado todo mi odio, y ya vez, ahora no  lo siento. Hasta podría volver a salir contigo, tengo el consentimiento de Blanca para salir con el hombre que me guste y ella tiene el mío para lo mismo, creo que hemos conseguido la felicidad a nuestra manera, pero no ha sido fácil. Hemos batallado mucho, me quería exclusivamente para ella, pero salía a la vez con hombres, y no me gustaba, los celos me aturdían. Ser celosa, no es nada bueno, es una enfermedad, por fin pudimos superarlo todo y alcanzamos la felicidad. ¿Porqué no haces lo mismo?.
–No podría, no es mi naturaleza.

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–Me sonrió, y correspondí.
–También me gustaría conversar con ella.
–Hace cuatro años que falleció de cáncer generalizado, me contaron que primero le extirparon el ceno, luego le amputaron el brazo. Y murió.
–¿Quiénes te contaron?.
–Su madre y hermana. Las pobres iban en la miseria.
–Nunca me has dicho a qué se dedicaba Verónica.
–Compraba repuestos y toda clase de artículos de pesca, y los colocaba en las pesqueras. De Santa y Casma.
–Buen negocio.
–Sobre todo si son robados. Creo por ahí nació su relación con Blanca.


Por: Walter Elías Álvarez Bocanegra

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